lunes, 10 de septiembre de 2012

Adriaen Brouwer






Adriaen Brouwer (Oudenaarde, 1605 - Amberes, 1638), fue un pintor belga de representaciones cotidianas, activo en Flandes y las Provincias Unidas de los Países Bajos en el siglo XVII.
Su padre, dibujante de tapices, murió cuando Brouwer tenía 15 años y su madre le envíó a Holanda al taller de Frans Hals. El maestro no le trató bien, obligándolo a copiar cuadros para venderlos a bajo precio. Por ello Brouwer huyó a Ámsterdam donde permaneció cuatro años. En 1631 se encontraba en Amberes, donde murió en 1638. En los últimos años de su vida fue encarcelado sin conocerse las causas. Anteriormente había tenido problemas por haber falsificado diversas obras. El propio Rubens, gran admirador suyo, se pronunció en su contra y le reconoció culpable. En la cárcel trabó amistad con un panadero, Joost van Craesbeeck, que será su único discípulo.

 


Mientras Teniers pinta personajes rústicos en su mayor pulcritud, Brouwer los representa en su aspecto más degradado. No le interesa en lo más mínimo llevar a sus lienzos la clase burguesa, sino que sus asuntos son de un nivel social ínfimo al que pertenecen los aventureros y truhanes, a quienes trata con un gran cariño y piedad. Como ejemplo puede considerarse la Riña de campesinos del Mauritshuis de La Haya. Este afán de pintar los bajos fondos de su tiempo es consecuencia de un movimiento literario contemporáneo que intensificaba la caída moral de la humanidad. El cuadro más famoso de Brouwer es El fumador, que se conserva en el Museo del Louvre y del que se desprende un gran sensualismo, acentuado por la botella de ginebra que sostiene, y las volutas de humo que parecen saltar del lienzo. 

Una muestra de ese mundo de pícaros y borrachos, por los que sentía tanta predilección, está en el Interior del mesón que se exhibe en el Rijksmuseum de Ámsterdam. Se considera a Brouwer como un precursor del impresionismo, debido a que trabaja el lienzo con una pincelada fuerte y desenvuelta, sin matizar ni detallar en modo alguno, para que la vista se fije en el motivo clave de su obra. Se llega de este modo a simplificar en extremo la forma, sacrificándola al colorido. La independencia salvaje que emana su representación de la naturaleza se la debe en gran parte a Frans Hals. Como paisajista, en Paisaje al atardecer (Louvre), su color inunda el cuadro, dejando plasmado lo esencial de la hora precisa del atardecer.

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