martes, 10 de junio de 2008
Adivinando el arte del mañana
Las corrientes históricas, de la clase que sean, por lo general poseen un carácter pendular: a un movimiento le corresponde un opuesto, como una forma de “desintoxicación” de aquello que ha acabado saturando. Y el arte no es una excepción a esta regla. Así, al Renacimiento, por ejemplo, le siguió un estilo calificado de “opulento”, frente al clasicismo del primero: el Barroco, que cargará al final de su andadura las tintas en el excesivo Rococó ( seguido del depurado Neoclasicimo y etcétera ). Esto implica, en términos artísticos, una variación importante en el gusto estético que encamina las preferencias de público y, en menor medida, crítica, y la posibilidad más que segura de que lo que es considerado válido en una época sea desechado en otra, precisando para su “recuperación” de la claridad que implica el paso del tiempo ( normalmente unos cuantos siglos ). Además, y esto quizá sea lo más interesante de esta circunstancia, no es posible para un contemporáneo saber en qué quedaran finalmente en el futuro las obras ensalzadas como arte en su presente.
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