domingo, 7 de febrero de 2010

Y, ¿la pareja también engorda? (Fernando Franco)



Publicado en El Faro de Vigo

¡Cómo! ¿Qué se ha casado? Y pensar que lo dejé gozando de buena salud.... Eso comentaba un malvado amigo del periodista Jesús Hermida, cuando le dijer que a sus 62 años había decidido tener un adulterio decente y una segunda reencarnación matrimonial con su novia de 36 años. Ya se sabe: con la llegada del calor se nos sube a la cabeza una fiebre de santos sacramentos ("mire, doctor -le decía una paciente a su ginecólogo- es que cuando mi marido me administra el santo sacramento no siento nada") o, en definitiva, fiebre de ese voto de cohabitación eterna tan pareceido al de la castidad. Prueba de ello es que en los últimos días, tras un período de matrimonio de prueba, que es algo así como disfruta ahora, paga más tarde, también representantes de otros gremios como Raúl en el de la pelota, la "Spice" Victoria en el de la música o Alexia de Grecia en el de la nobleza han aceptado la esclavitud voluntaria. Los humanos somos un misterio. Ni siquiera nos echamos atrás sabiendo que es mucho más fácil quedar bien como amantes que como maridos, porque es mucho más llevadero ser oportunos e ingeniosos de vez en cuando que todos los días. Palabra de Honoré de Balzac. Creo recordar que fue el Dr. Kovacs, ese ser superdotado al que Hipócrates consideraría discípulo predilecto, el que nos decía durante una comida en su visita al Club Faro que él no pensaba casarse por una razón de peso: si podía hacer feliz a muchas mujeres, ¿porqué hacer infeliz a una sola?

Ya en el siglo XVI, Etienne de la Boetie opinaba que el contrato matrimonial era una monstruosa perversión de la que la naturaleza no tenía culpa, y no hay diccionario de citas célebres que no ponga como ropa de Pascua a tal institución, sin que falte quienes piensen que es una violación de los derechos humanos y hasta una cuestión de mal gusto. Pero nos va la marcha. Cierto es que el matrimonio a lo que ayuda es a resolver los problemas que uno no tendría si no se hubiera casado, cuestión de la que nos advirtió Bernard Shaw, pero el arte de vivir consiste en aprender a convivir con los problemas más que en intentar eliminarlos. Incluso Oscar Wilde, que no estaba por la labor de amar a las damas habiendo varones, nos advertía de que único equilibrio de la vida conyugal es que proporciona iguales decepciones al marido y a la mujer. ¿Es una entrega de la libertad y un aceptación de la pérdida de identidad? a lo mejor, oye, pero Engels nos enseñó que la libertad es el reconocimiento de la necesidad y Lenin se preguntaba ¿libertad? ¿para qué?, mucho después de que Séneca dictaminara que la única libertad es la sabiduría.


El amor no es sólo un consentimiento, sino también un arte y a los brazos del amor nos lanzamos ciegos sin ver los obstáculos, pero con alas para salvarlos, que decía Jacinto Benavente. El amor nos lleva a donde lo llevamos y la cosa está clara: hay que amar un paisaje, una puesta de sol, una obra de arte, a un hombre... pero hay que amar y siempre insatisfechos.


Amémonos los unos a los otros y si es menester sobre los otros, aunque sea entre cumbres borrascosas. Puede que el amor sea una especie de servicio militar; lo que es seguro es que como juraba Quevedo es fe y no ciencia, y bien están unas dosis de fe en estos tiempos, tan huérfanos de ella. Sabemos que la pareja engorda y eso es malo, pero también que es una institución contranatura y en ese morbo tiene uno de sus principales atractivos. Carmen Alborch, esa impresionante mujer madura que tuvimos de ministra del acerbo cultural, escribió su libro "Solas" para reivindicar las virtudes de la soledad voluntaria en la mujer, y tal tesis sostiene también Esther Vilar que, por cierto, considera que el matrimonio es una inmoralidad. Pero ambas me han comentado, aunque las dos tras la segunda copa de albariño ante mesa y manteles, que disponer de modo omnipotente del propio cuerpo tiene también un alto precio. "Chico, es que soportar a un hombre de por vida es una pesadez y aguantarlo un milagro, pero de vez en cuando te apece volver a casa y tener a alguien a quien criticar".

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