lunes, 18 de mayo de 2009
Mi obsesión es hacer una biblioteca en el Caribe dedicada a Picasso
Nelson Villalobos posa rodeado de algunos de los objetos que constituyen toda una cosmografía personal de piezas que le inspiran en su trabajo pictórico y escultóricoEl artista cubano afincado en Vigo, que colecciona objetos simples que le inspiran para su obra, practica el trueque con obras suyas que cambia por libros de Picasso
Autor:
B. R. Sotelino
Fecha de publicación:
17/5/2009
Nelson Villalobos Ferrer (Cienfuegos, Cuba, 1956), llegó a España en 1991 y aterrizó en Vigo en 1997 con el encargo de hacer un mural en la Zona Franca en Bouzas. Desde entonces se ha convertido en un vigués más, aunque siga teniendo muy presente su isla natal a la que espera regresar algún día. Además de continuar con una trayectoria artística iniciada a principios de los 80 en Cuba, que le ha llevado a exponer por todo el mundo, Villalobos (que firma sus trabajos eliminando la letra s final de su apellido), fundó en el 2002 un taller de serigrafía donde realiza ediciones de artistas contemporáneos y álbumes exclusivos como el que hace dos años propició el encuentro entre Leopoldo Nóvoa y Méndez Ferrín en una tirada exclusiva de 20 ejemplares: «Una joya», afirma.
Metamorfosis de signos
El artista es un compulsivo coleccionista de objetos pero no con un objetivo meramente recopilador, sino que todo lo que recoge forma parte de su proceso creativo. En su estudio despliega para nosotros parte de un botín que guarda en cajas y que va usando según lo que le inspire cada pieza. Villalobos emplea una suerte de metamorfosis de formas que después plasma en sus cuadros y esculturas. Coge una tijera y la transforma en un pájaro, un clavo se convierte en una interrogación, un botón, un corcho y una estrella de mar forman un alfabeto de signos tribales.
«Son cosas que encuentro por la calle. No tienen significación por sí mismas. Me gustan como símbolos que me sugieren cosas. Son hallazgos muy simples sin valor. El valor se lo doy yo y se lo da el tiempo, que los modela. Es mi naturaleza». Al artista le viene de antiguo su costumbre: «En Cuba coleccionaba esqueletos de animales y también tenía muchos animalitos de juguete, pero cuando nacieron mis hijos, se acabó, me los destrozaron». El abanico de piezas es enorme: latas de bebidas aplastadas y oxidadas, un peine, herraduras, placas, fichas de dominó, chapas, muñecos, caracoles, estrellas de mar, planchas, metales oxidados, etc. También atesora herramientas usadas de distintos oficios artesanos, sudadas y gastadas por sus usuarios, con las que construye esculturas que ya lo son en sí mismas. Muchas de ellas las consigue en mercadillos en Portugal: «Son geniales», asegura.
En los cuadros que está preparando para su próxima exposición en Berlín, se puede apreciar cómo sus objetos aparecen en algunas de las obras junto a citas de Pessoa y referencias a la cultura tribal africana, azteca y asiática.
Libros
Villalobos también colecciona libros, «me gustan no solo para leerlos, sino como objeto estético y cultural. Me fascinan. La gente ya sabe que yo cambio libros por dibujos, sobre todo si se trata de libros de Picasso. Hay amigos que tienen colección de obra mía a base de este trueque. Empecé en Cuba, donde debo tener más de trescientos, y aquí he sumado algunos más. Quiero hacer una gran biblioteca en el Caribe dedicada a Picasso. Es una obsesión y un deseo que tengo», afirma. Ni que decir tiene que el genio español es su gran ídolo artístico: «Picasso es la naturaleza desnuda entre los hombres vestidos», manifiesta.
Oroza, entre los grandes
Además, tiene especial predilección por libros con dibujos de mecánica y maquinaria industrial y en su biblioteca hay un lugar preferente para varios autores. La poesía es una de sus debilidades. Destaca entre sus tesoros un libro de poemas de Carlos Oroza. Y afirma que «en España descubrí a tres poetas bestiales: Pessoa, Rosales y Oroza. Está entre los grandes», opina. Además se trajo de su isla algunas joyas, primeras ediciones de obras como Paradiso , de José Lezama Lima; otro del mismo autor dedicado a Reynaldo Arenas; ejemplares de Juan Ramón Jiménez firmados; obras de Fernando Ortiz, números de la revista Isla y signo , de los años 60, o El monte , de Lidia Cabrera, un libro clásico en Cuba sobre la brujería que estuvo prohibido.
La colección es inmensa y excepcional. Incluye también libros de arte y entre ellos, ejemplares dedicados por Wilfredo Lam y también por su amigo Miquel Barceló, al que conoció en París. También Villalobos lleva al día una enorme colección de diarios o cuadernos de notas plagadas de dibujos, bocetos y anotaciones: «Aquí dejo todos mis arrebatos, mis sensaciones y mis frustraciones. Donde quiera que voy llevo mis cuadernos. Estos sí que son sagrados», cuenta antes de mostrar una biblia ilustrada por Gustavo Doré datada en 1881, que se trajo de Cuba.
En los casi 20 años que lleva en España se ha hecho una biblioteca importante, pero en su casa caribeña, donde reside su madre, le esperan otros miles junto a una colección de arte joven cubano de los 80 por el que apostó «cuando nadie los respetaba» y que después lograron el reconocimiento internacional.
Serigrafía relajante
Además de dedicarse a sus creaciones y los encargos que recibe en su taller, da clases de serigrafía en Artes y Oficios: «Me gusta pero lo quiero dejar porque me quita mucho tiempo, aunque me parece de ley transmitir lo que sé. Que la experiencia no se muera con uno, hay que compartir», razona. El artista recuerda que la serigrafía es un sistema muy antiguo que ha evolucionado de acuerdo con los tiempos modernos, «pero no deja de ser una técnica puramente artesanal muy complicada. Para mí lo que hago en este taller es un bonito trabajo del que disfruto como un hobby relajante. Si se convierte en una carga, lo cierro», asegura. Ahora, además, ha creado una pequeña editorial de poesía y pintura de autores noveles. Su cabeza no para.
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