miércoles, 14 de julio de 2010

Lo sagrado hecho real


El último de los siglos de oro españoles se presenta ahora en una muestra que revaloriza el género más destacado del barroco peninsular: la imaginería. Una tipología que, a pesar de su delimitación, presenta una fuerte conexión con la pintura, la otra gran protagonista del momento, con la que intercambiará tipos y procedimientos. El Museo Nacional Colegio de San Gregorio de Valladolid ( España ) acoge ahora, en el Palacio de Villena, una muestra en la que escultura y pintura se interrelacionan de la mano de grandes como Ribera, Pacheco, Montañés, Pedro de Mena, Ribalta, Juan de Mesa, Gregorio Fernández, Alonso Cano, Zurbarán o Velázquez.

Por sus propias peculiaridades formales, el barroco es un periodo que entronca con la comprensión contemporánea del arte de una forma que no consigue casi ninguna otra corriente estética de la antigüedad. Y, en el contexto del arte surgido a partir de la Contrarreforma, su característica naturalista, rayana lo cruento, se hará especialmente cierta. En un periodo en el que el arte buscará conmover al fiel y generar sentimientos de empatía y devoción, las técnicas de la pintura y la escultura firmarán un acuerdo de colaboración destinado a alcanzar la mayor precisión posible en la imagen. De esta manera, la policromía se convertirá en un arte al alcance de los más hábiles y el complemento final necesario y simbiótico de una escultura que incidirá en los episodios más desgarrados del devocionario religioso.

Una de las consecuencias que este hecho tendrá en la pintura será la traslación de una concepción físicamente tridimensional, así como el empleo de tipologías similares, ahora compartidas (véase la Inmaculada Concepción de Velázquez). De hecho, habrá artistas que lleguen a desarrollar una capacidad tal que se confundirán sus pinturas con esculturas, como sucederá, por ejemplo, con los crucificados de Zurbarán. En cualquier caso, la capacidad de los artistas implicados en el desarrollo de toda la imaginería barroca española llegará a superar las cotas máximas de ilusión y ofrecerán a lo sagrado la cualidad de real, por medio de obras palpables, de una veracidad completamente creíble y sensitiva. Hablamos, así, de hiperralismo cuando nos acercamos a cristos como el yacente de Gregorio Fernández, que ha sido catalogado como truculento y teatral en ocasiones pero que nadie podría negar que cumple de una manera completa su función: hacer partícipe y testigo al fiel de la muerte de Jesús.

Esta pieza, una de las más representativas y llamativas de todo el periodo -quizá junto con la Magdalena de Pedro de Mena y los Ecce Homo de ambos-, es ahora uno de los núcleos centrales de la exposición que acoge el Museo Nacional de San Gregorio. La muestra ha llegado a Valladolid tras su éxito en instituciones como la National Gallery de Londres y la National Gallery of Art de Washington y presenta por primera vez reunidas obras maestras de los artistas más reconocidos e importantes del s.XVII. Una exposición que no sólo actúa de recopilatorio estético (contextualizado) sino que sirve, además, para reivindicar la figura de grandes escultores del barroco, menos conocidos que sus coetáneos pintores.


Más información: MCU

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