jueves, 29 de julio de 2010
CUANDO SHLEMEL FUE A VARSOVIA
Aunque Shlemel era un vago y un dormilón de mucho cuidado,
siempre había rondado por su cabeza la idea de hacer un largo viaje.
Había oído muchas historias de países lejanos, de grandes desiertos,
de profundos océanos y de altas montañas, y a menudo le decía a su
mujer que algún día emprendería un largo viaje. Y ella siempre le
decía:
--Shlemel, no estás tú hecho para estos trotes... Lo tuyo es
quedarte en casa y cuidar de los niños, mientras yo voy al mercado a
vender las verduras.
Y sin embargo, Shlemel no podía abandonar su gran sueño de
viajar por el mundo y ver todas sus maravillas.
Y de aquí que llegó a Chelm, el pueblo deShlemel,un
viajante que había visitado la ciudad de Varsovia, y se deshacía en
elogios de las grandes avenidas,los bellos edificios y las elegantes tiendas de la capital. Y
Shlemeldecidió que tenía que ir a ver esta gran ciudad con sus
propios ojos. Y comenzó a prepararse para el gran viaje aunque pronto
se dio cuenta de que no tenía nada que llevar, que tendría que viajar
con la misma ropa que llevaba puesta. Así es que una mañana, después
que su mujer se fuera al mercado, se dispuso a partir. Le dijo a su
hijo mayor que se quedara en casa cuidando de los pequeños, y
cogiendo unas rebanadas de pan, una cebolla y unas cabezas de ajo,
inició su viaje.
Había una calle en Chelm que se llamaba, precisamente, Calle de
Varsovia, yShlemelestaba convencido de que, siguiendo esta
calle, llegaría a la gran ciudad. Algunos vecinos se extrañaban de
verle andar tan decidido y le preguntaban adónde iba.Shlemelles
contestaba que se iba a Varsovia.
--¿Y qué vas a hacer tú en Varsovia?
--Pues lo mismo que hago en Chelm, -decíaShlemel-.Es decir,
nada.
Pronto llegó a las afueras de su pueblo. Las casas iban
desapareciendo y en su lugar se veían grandes pastos y campos de
trigo y otros cereales. Un campesino que conducía una carreta de
bueyes le saludó con la mano. Después de varias horas de andar,
Shlemelnotó que estaba cansado. En vista de lo cual se sentó en la cuneta y
decidió echarse una siesta. Pero antes de dormirse, pensó:
-Cuando despierte y vuelva al camino, ya no sabré cuál es la
dirección de Varsovia.
Después de reflexionar unos minutos, se quitó las botas que
llevaba puestas y las colocó de tal manera que la puntera señalaba
hacia Varsovia, y el talón hacia su pueblo, Chelm. Pronto se quedó
dormido, y soñó que era un panadero y que su especialidad eran los
panecillos de cebolla.
Los clientes acudían a comprárselos, pero él les decía:
--No, lo siento... estos panecillos no están a la venta...
--¿Y para quién son? -le preguntaban.
--Son para mi mujer, para mis hijos... y para mí.
Después soñó que era el rey de Chelm. Y una vez al año, en vez
de pagarle impuestos, cada ciudadano le traía un tarro de confitura
de fresa.Shlemelrecibía los obsequios de su pueblo sentado en
un trono de oro, rodeado de la señoraShlemel,la reina, y de sus
hijos, los principitos. Toda la familia real comía los panecillos de
cebolla, untados en la deliciosa confitura de fresa.
Entonces llegaba una carroza, que les conducía a Varsovia primero, a
América después, y finalmente al río Sambatión, aquel río de los
cuentos que echaba piedras por la boca, excepto los domingos, que es
el día en el que todo el mundo descansa, incluso los ríos...
Cerca del lugar donde dormíaShlemel,vivía un viejo herrero
que era muy bromista. Así que cuando vio queShlemelse había
dormido con las botas señalando hacia Varsovia, quiso gastarle una
broma y dio la vuelta a las botas de forma que señalaran hacia Chelm.
Cuando Shlemel se despertó, sintió un apetito devorador. En un
momento se comió las provisiones que llevaba y se dispuso a continuar
viaje. Entonces cogió las botas y se las puso, no sin antes comprobar
la dirección en la que señalaban.
Una vez en el camino, siguió la dirección de las botas. A medida
que avanzaba, el paisaje le resultaba extrañamente familiar. Veía,
claro está, las casas que ya había visto antes... Y no sólo las casas
le eran familiares, sino también la gente con la que se encontraba.
Shlemelpensó que había llegado a otra ciudad. Y si esto era así,
¿por qué demonios se parecía tanto a Chelm? Para salir de dudas, le
preguntó a un hombre que pasaba por allí, cómo se llamaba aquel
pueblo.
--Chelm, -le respondió.
Shlemel no salía de su asombro. Resulta que había estado andando
durante toda una jornada y que, al llegar la tarde, había llegado a
un pueblo... ¡que también se llamaba Chelm! Daba vueltas y más
vueltas en su cabeza a este enigma y trataba de hallar la solución al
acertijo. Hasta que, por fin, dándose un golpe en la frente, creyó
entender lo que había ocurrido:
"¡Ya está! -pensó-. Debe de haber dos Chelms, el de arriba y el
de abajo. Éste debe ser el Chelm de abajo".
De todas maneras, le parecía muy extraño aShlemelque las
calles, las casas e incluso las gentes de Chelm de abajo fuesen tan
parecidas a las de Chelm de arriba. No sabíaShlemelcómo
explicarse esta semejanza, hasta que se acordó de un viejo proverbio
que decía: "El mundo es el mismo en todas partes". Si esto era verdad
¿por qué no iba a parecerse el Chelm de abajo al Chelm de arriba? La
sabiduría de este viejo proverbio llenó aShlemelde intensa
satisfacción. Pensó que, seguramente, en Chelm de abajo habría una
calle parecida a su calle... y quizá una casa parecida a su casa. Y,
efectivamente, pronto encontró una calle idéntica a la suya, que
también tenía una casa que parecía la gemela
de su casa. Caía la tarde y se decidió a llamar a la puerta.
Cuál no sería su sorpresa al ver que una segunda señoraShlemel
le abría la puerta... y al comprobar que los hijos de la señora
Shlemelse parecían a los suyos tanto, que habría sido capaz de
confundirlos... Todo le recordaba a su casa, incluso los gritos con
que le recibió esta segunda señoraShlemel, la Shlemelde abajo:
--¡Anda, entra, bribón!... ¿Se puede saber dónde has estado todo
el día? ¿Y qué demonios llevas en ese hatillo?
Los niños corrían hacia él y le decían:
--Papá, papá ¿dónde has estado?
Shlemel estiró su cuerpo, y con voz solemne anunció:
--Señora, usted se confunde... yo no soy su marido... y
vosotros, niños, debéis saber que yo no soy vuestro padre.
--¿Pero es que te has vuelto loco? -exclamó la señoraShlemel.
--Yo, señora, vivo en Chelm de arriba... y esto es Chelm de
abajo, -le contestó el señorShlemel.
La señora Shlemel se llevó las manos a la cabeza y daba tales
gritos que los niños se refugiaron debajo de la mesa camilla:
--¡Ay hijos míos!... ¡qué desgracia! ¡Vuestro padre se ha vuelto
loco!
Mandó a uno de sus hijos a por el señor Gimpel, el curandero del
pueblo. Los vecinos, a los gritos de la señora, habían acudido a la
casa de losShlemel.En medio de todos ellos, el señorShlemel
decía:
--Es cierto que todos vosotros os parecéis mucho a los vecinos
de mi pueblo, pero no podéis ser los mismos por la sencilla razón de
que yo vivo en Chelm de arriba... y esto es Chelm de abajo.
--Shlemel ¿se puede saber lo que te pasa? -le preguntó un
vecino-. ¿Es que no reconoces a tu vecino, a tus hijos... a tu misma
mujer?
--Es que no entendéis lo que me pasa... Resulta que yo voy de
viaje a Varsovia. Esta mañana yo he salido de mi pueblo, que se llama
Chelm, y he andado toda una jornada... Por lo tanto, éste es otro
Chelm, un Chelm que se encuentra entre mi pueblo y la ciudad de
Varsovia... éste debe ser Chelm de abajo.
--No sabemos de qué estás hablando, -le decían los vecinos.
Pero él insistía:
--Lo que ocurre es que los habitantes de Chelm de arriba se
parecen mucho a los de Chelm de abajo...
por eso os confundís y creéis que yo soy elShlemelde abajo...
cuando, en realidad, soy elShlemelde arriba.
--Si tú no eres mi marido ¿me puedes decir dónde demonios se ha
metido? -le dijo su mujer, encarándose con él, y tirándole de los
pelos.
--Pero buena mujer, cálmese, -decíaShlemel-.¿Cómo quiere
que sepa dónde está su marido?
Algunos vecinos reían ante este espectáculo... otros, por el
contrario, lloraban. Gimpel, el curandero, dijo que no podía curar la
enfermedad del señorShlemel.Los vecinos regresaron a sus casas.
Esa noche, la señoraShlemelhabía preparado habas con carne
para la cena, que era el plato favorito de su marido:
--Anda, siéntate y come... que aunque estés loco, los locos
también comen.
--Señora, ¿por qué se toma usted estas molestias con un
forastero? -le preguntóShlemel.
--Calla y come, -replicó su mujer-. Aunque te debería dar pienso
en vez de comida, por lo asno que eres... y luego, vete a dormir, a
ver si mañana has vuelto en tu juicio.
--Señora Shlemel,permítame que le diga que es usted una buena mujer... Estoy seguro de que mi esposa nunca habría dado de comer a un forastero. Después de todo, veo que hay algunas diferencias entre el Chelm de arriba, y el de abajo... me
quedo con éste.
Las habas despedían un aroma tan intenso que no hizo falta
animar aShlemel.Y mientras comía, les decía a los niños:
--Queridos niños, debéis saber que yo vivo en una casa
exactamente igual que ésta. Tengo una mujer que se parece a vuestra
madre como dos gotas de agua; y tengo unos hijos, igualitos a
vosotros...
Al oír hablar así a su padre, los hijos pequeños reían... los
mayores, lloraban. Mientras, la madre no hacía más que lamentarse:
--¡Ay, Dios mío... qué pena más grande! ¿Qué he hecho yo para
merecer esta desgracia...? ¡Cómo si no tuviera ya bastante con tener
que aguantar aShlemelel vago! ¡Ahora, encima, aShlemelel
loco! ¿Y qué voy a hacer ahora? ¿Con quién podré dejar a mis hijos
cuando vaya al mercado? ¡Ni para eso servirá ya este hombre!
Y seguía lamentándose mientras hacía la cama de su nuevo
"huésped". En cuantoShlemeldio con sus huesos en la cama, se
quedó profundamente dormido.
Soñó, de nuevo, que era el rey de Chelm, y que su mujer, la reina, le
preparaba su postre favorito: los buñuelos. Algunos los rellenaba de
crema, otros de confitura de fresa o de mora, y todos los bautizaba
con polvo de canela, y azúcar.Shlemelsoñó que se comía lo menos
veinte, y que el resto se los guardaba debajo de la corona, para
luego.
Al despertarse por la mañana, vio que los vecinos habían acudido
de nuevo a la casa. La propia señoraShlemeltenía los ojos rojos
de tanto llorar.Shlemeliba a regañarla por haber dejado entrar
a tanta gente en la casa, pero de pronto se detuvo y pensó:
--Al fin y al cabo, yo aquí no soy más que un forastero, no
puedo mandar sobre nadie... Si ahora estuviera en mi casa me lavaría,
me vestiría, almorzaría... pero aquí la verdad es que no sé qué
hacer.
Y como siempre hacía cuando no sabía qué hacer, empezó a mesarse
la barba. Finalmente, decidió levantarse de la cama. Pero tan pronto
como hubo puesto los pies en el suelo, oyó los gritos histéricos de
la señoraShlemel:
--¡No le dejen marchar, por Dios, por Dios, no le dejen marchar!
¡Seré una mujer abandonada! ¡Prefiero tener unShlemelloco a no
tener ninguno!
En ese momento se dejó oír la voz de Baruch, el panadero:
--Llevémosle ante el Consejo de Ancianos. ¡Ellos sabrán qué
hacer con él!
Y así se hizo, a pesar de las promesas de Shlemelque decía
que él era un ciudadano de Chelm de Arriba y que, por lo tanto, el
Consejo de Ancianos de Chelm de Abajo no tenía ninguna autoridad
sobre él. Pero no pudo resistirse a los vecinos, que le vistieron, le
pusieron su gorra, y le condujeron a la casa de Gronan, apodado el
Buey. Los ancianos se habían reunido ya en casa de Gronan, alertados
por éste sobre la gravedad del caso que se les presentaba.
Y efectivamente, cuando llegaron los vecinos trayendo a
Shlemel,el Consejo se hallaba ya en plena reunión. En aquellos
momentos, uno de los ancianos llamado Lepe el Listo decía a los
demás:
--Hay que considerar la posibilidad de que, efectivamente,
existan dos Chelms.
--¿Y por qué no tres, cuatro... o ciento? -le replicaba Aguado
el Agudo.
--Pero suponiendo que haya cien Chelms. ¿Creéis vosotros que en
cada uno de ellos han de soportar a unShlemel?-opinaba
Federico, el Pico... de Oro.
Gronan el Buey, presidía el Consejo de Ancianos. Escuchaba con
atención a cada uno de ellos, pero no se decidía a opinar. Sin
embargo, los nervios abultados de su frente protuberante indicaban
que su mente trabajaba ¡a toda máquina! Por fin se decidió a
interrogar aShlemel:
--Ven y siéntate ante mí. Mírame a la cara. ¿Me reconoces?
--Claro que te reconozco, -le contestóShlemel-.Tú te llamas
Gronan de nombre y de apodo, el Buey.
--Y en Chelm, el pueblo donde tú vives, ¿existe también un
Gronan el Buey?
--Sí, también hay un hombre que se llama Gronan, que se apoda el
Buey, y que se parece a ti, como un guisante se parece a otro
guisante.
--Bien, -dijo Gronan, limpiándose el sudor que tenía en la
frente-. Y ¿no podría ser que tú, cuando ibas camino de Varsovia,
dieras la vuelta sobre tus pasos y volvieras a Chelm, sin darte
cuenta?
--Imposible, -le contestóShlemel-.¿Qué crees que soy, una
veleta?
--En tal caso, tú no eres el marido de la señoraShlemel-
dijo Gronan.
--Es cierto. Yo no soy su marido.
--Si tú no eres el marido de esta señora, -continuó el Buey-,
ello significa que el verdadero marido de la señoraShlemelse
marchó precisamente el día en que llegaste tú, ¿no es así?
--Así parece ser, -contestóShlemel.
--En cuyo caso, es lo más probable que regrese junto a su mujer.
--Probablemente, -dijoShlemel,para no llevar la contraria.
--Vistas y oídas las declaraciones del acusado, -sentenció el
Buey-, yo opino que esteShlemeldebe permanecer en Chelm, a la
espera de que regrese el verdaderoShlemel,cuyo regreso aclarará
definitivamente este caso, -dictaminó Gronam-. ¡Y se quedó tan ancho!
En cambio, la señoraShlemelno pudo ocultar su indignación
al oír la sentencia del Consejo de Ancianos:
--Queridos ancianos ¿qué venda os han puesto en los ojos? ¿No os
dais cuenta de que no hay que esperar ningún regreso, queShlemel
yaha regresado, que este es el verdaderoShlemel.¡Dios mío,
yo que me quejaba de tener un marido, y ahora resulta que voy a tener
dos!
--Sea cual sea la identidad de este hombre, -perseveró el Buey-,
es preciso que, de momento, este hombre y tú, desdichada mujer, no viváis bajo el mismo techo.
--Entonces ¿dónde voy a vivir? -preguntóShlemel.
--Puedes vivir en la Casa de los Pobres, -le dijo Gronan.
--¿Y qué voy a hacer yo en la Casa de los Pobres? -preguntó
Shlemel.
--Pues lo mismo que hacías en tu casa... es decir, nada
-sentenció el Buey.
--Y entonces, -protestó la señoraShlemel-.¿Quién cuidará de
mis hijos cuando yo vaya al mercado a vender las verduras? Además...
yo necesito un marido... y me conformo con éste, aunque no sea el
mío.
--Señora Shlemel, -le conminó Gronan-. El Consejo de Ancianos no
tiene la culpa de que su marido la haya abandonado para marcharse a
Varsovia. Tenga paciencia y espere a que regrese.
La señora Shlemel rompió a llorar, y los niños lloraban también
a moco tendido.
--¡Qué extraño es todo esto! -se maravillaba Shlemel-.Yo
recuerdo que mi mujer no hacía más que regañarme, y habría sido
incapaz de derramar una sola lágrima por mí. Y estos forasteros, en
cambio, me tienen un gran cariño y quieren que viva con ellos. Decididamente ¡el Chelm de abajo es muy superior al Chelm de arriba!
--¡Alto ahí! -interrumpió Gronan el Buey-. He tenido una idea.
--¿Y cuál es tu idea, si puede saberse? -le preguntó Aguado el
Agudo.
--Si mandamos a Shlemel a vivir a la Casa de los Pobres,
tendremos que contratar a alguien para que ayude a la señora
Shlemela cuidar de sus hijos, cuando ella esté en el mercado. Pues
bien, se me ocurre que podremos contratar a Shlemelpara este
trabajo. Es cierto que no es el verdadero señorShlemely que,
por lo tanto, no es el verdadero padre de las criaturas. Pero se
parece tanto al propio señor Shlemelque los niños no le
extrañarán en absoluto.
--¡Qué idea más brillante, -constató Federico el Pico.
--¡Parece juicio de Salomón! -se admiró otro anciano, Samuel el
Lebrel.
--¡Sólo a los Ancianos de Chelm podría habérseles ocurrido
solución tan brillante al problema que tenían planteado! -exclamó
Mauricio el Pontificio.
--¿Cuánto quieres que se te pague, -le preguntó Gronan aShlemel-para cuidar a los hijos de la señora Shlemel?
Shlemel hubo de pensárselo unos instantes. Después respondió:
--Tres monedas cada día.
--¡Necio, estúpido! -le increpó su mujer, que estaba muy atenta
al diálogo-. Tres monedas es una miseria... ¡has de pedir seis, por
lo menos!
Y corriendo hacia él, le dio un pellizco retorcido en el brazo.
--¡Caramba! -exclamó Shlemel-. ¡Pellizca igualito que mi mujer!
Los ancianos se reunieron de nuevo en consulta. El presupuesto
municipal era, desde luego, muy reducido. Finalmente, Gronan anunció:
--Tres monedas parecen poco, pero seis son demasiadas. Hay que
llegar a un compromiso. Por tratarse de un forastero, le pagaremos
cinco monedas.
--¿Y hasta cuándo podré tener este empleo? -preguntó Shlemel.
--Pues hasta que el verdaderoShlemelvuelva a su casa, -le
contestó Gronan.
La sentencia de Gronan fue muy aplaudida en todo el pueblo. La
gente admiraba el juicio y la discreción de su Consejo de Ancianos. YShlemelcomenzó... ¡su nuevo
trabajo! Al principio,Shlemelse guardaba las monedas que el
Consejo de Ancianos le pagaba.
--Si yo no soy tu marido, no tengo por qué mantenerte, -le decía
a la señoraShlemel.
--En ese caso, -le contestaba la señora-, no esperes que te lave
la ropa, que te cosa los botones, que te haga la comida... ¡puesto
que yo tampoco soy tu mujer!
Shlemel se avino a razones, y desde entonces entregaba
puntualmente su paga a la señoraShlemel.Lo cual era un
acontecimiento, porque ésta nunca había recibido ni cinco céntimos
del vago de su marido. Se ponía de buen humor y le decía a Shlemel:
--¡Lástima que no decidieras ir a Varsovia hace diez años! ¡A
estas horas, seríamos ricos!
--Y dígame, señoraShlemel-le preguntaba él, cortésmente-
¿no echa usted de menos nunca a su marido?
A lo que doña Shlemel replicaba:
--¿Y tú, granuja? ¿No echas tú de menos a tu señora Shlemel?
Ni el uno ni el otro decían echar de menos a sus cónyuges, y
siguieron viviendo juntos tan campantes.
Pasaron los años y no aparecía ningún otro Shlemel por
Chelm. Esto preocupaba al Consejo de Ancianos, y había teorías para
todos los gustos. Federico el Pico decía queShlemelhabría
cruzado las montañas y se lo habrían comido los caníbales. Mauricio
el Pontificio opinaba que lo más probable era que Shlemel hubiera
entrado en las cuevas del mismísimo Asmodeo, príncipe de las
Tinieblas, y que allí le habrían obligado a matrimoniar con cualquier
diabla. Aguado el Agudo estaba convencido de que Shlemel había
llegado al fin del mundo, que había seguido andando, y que, por lo
tanto, se había caído al precipicio. Había, pues, teorías para todos
los gustos. Incluso había quien pensaba que el verdadero Shlemel
había sufrido una amnesia, es decir, había perdido la memoria y se
había olvidado de quién era. Estas cosas pueden ocurrir hasta en las
mejores familias...
Gronan el Buey era hombre liberal. Él tenía sus ideas pero no le
gustaba imponerlas sobre los demás. Allá cada cual con su criterio.
Sin embargo, él estaba convencido de que el verdaderoShlemel
había ido al otro Chelm, y que en el Chelm de Arriba había tenido la
misma experiencia que su tocayo en el Chelm de Abajo. Creía
firmemente que el Consejo de Ancianos del otro Chelm le había
ofrecido el trabajo de cuidar de los niños
de la otra señoraShlemel,y que la paga también era de cinco
monedas diarias...
En cuanto al propio Shlemel, no sabía qué pensar. Los niños de
la señoraShlemelcrecían y pronto se valdrían por sí mismos. A
veces,Shlemelse preguntaba: ¿Dónde está el otroShlemel?
¿Cuándo regresará a su hogar? ¿Y mi mujer, qué hace? ¿Me está
esperando... o ha encontrado a otro señorShlemel?Eran preguntas
a las que no hallaba respuesta. De vez en cuando aShlemelle
entraba el remusguillo de viajar. Pero ¿para qué? -pensaba-, ¿qué
necesidad hay de viajar si los caminos no llevan a ninguna parte... o
mejor dicho, si todos los caminos llevan a Chelm? Y así, compuso esta
pequeña canción...
"Todos los caminos llevan a Roma
decía el caminante...
mas yo os digo, y soy testigo,
de que nuestro pueblo de Chelm
de todo el mundo es el ombligo".
ISAAC BASHEVIS SINGER- Premio Nobel de Literatura 1978
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