sábado, 20 de marzo de 2010

TISTUR Y PEZIZA







En el hueco de una chimenea, en ese espacio oscuro que queda junto a la pared y que suele usarse para guardar escobas, fregonas y demás utensilios domésticos, vivía una ninfa que se había quedado huérfana y que se llamaba Peziza. Peziza sólo tenía un amigo en el mundo: el grillo Tistur, que vivía detrás de la chimenea, en la concavidad de un ladrillo. Todo el mundo sabe que las ninfas viven del aire, pero nadie se explica cómo Tistur podía vivir en la chimenea sin nada que comer, a no ser que se alimentara de las pizcas de harina traídas al azar por alguna corriente de aire desde la cocina. En cualquier caso, Tistur no se quejaba. Dormía la siesta todo el día y cuando llegaba la noche, se desperezaba y empezaba a entonar sus largas y chirriantes historias que duraban hasta el amanecer.


Peziza nunca conoció a su padre, el gnomo Lantuc. Recordaba bien a su madre, la ninfa Pashtida, que le contaba historias de su pudiente familia y de sus amores con Lantuc. Le hablaba del mundo que había más allá de la chimenea y de la fauna de duendes, trasgos y diablillos que eran sus parientes. Estas historias encendían la curiosidad de Peziza, que había pasado toda su vida recluida en la chimenea. Así, mientras Tistur relataba sus interminables historias, Peziza soñaba con aventuras en el más allá de la chimenea. A veces Peziza le preguntaba a su amigo cómo era este mundo desconocido para ella. Tistur respondía:
--Mi madre solía decirme que no vale la pena conocerlo porque sólo hay miseria. Soplan vientos traidores y la gente no tiene compasión.
--A pesar de todo, -decía la ninfa Peziza-, tengo ganas de verlo con mis propios ojos.
El Destino se encargó de que los deseos de Peziza se cumplieran. Un día, mientras estaban conversando, se oyó un martilleo en las paredes que hacía temblar la chimenea. Los ladrillos empezaron a desprenderse y la pobre Peziza volaba alocada sin saber dónde meterse. Eran los albañiles, que estaban reparando la chimenea. El estruendo continuó durante todo el día, y al llegar la anochecida, Tistur pronosticó:



--Si no nos marchamos de aquí, nos caerá la casa encima.
Había un resquicio en la pared que les permitía salir al exterior. Por él se metieron y pronto salieron al jardín de la casa. Allí estaban, en la hierba, rodeados de árboles y plantas, aspirando el fresco airecillo de la noche, ¡por primera vez en sus vidas! ¡Y qué bonito era el mundo! La noche se ofrecía constelada de miles de estrellas, cristalizadas en millares de gotas de rocío, orquestadas por la serenata de grillos en la que Tistur se reconoció.
--No puedo entretenerme, -dijo Tistur-. Debo buscar casa antes de que salga el sol.
--Mi madre también me dijo que las ninfas debíamos ocultarnos durante el día. Busquemos un lugar para escondernos. ¿Qué te parece el hueco de ese árbol? Allí cabremos los dos.
--Yo prefiero hacerme una casa en las raíces del árbol, -dijo Tistur.
--Lo importante es que no nos separemos.
Mientras Tistur cavaba la tierra, haciendo su casa, le decía a Peziza:
--En verano, los grillos podemos vivir en cualquier parte. Lo malo será cuando lleguen los fríos del invierno. Cuando la nieve cubra la tierra, moriremos sin remedio...
--¿Te importa si exploro los alrededores, mientras tú haces tu casa?
--¡Cuidado no te pierdas! -exclamó el grillo.
--Descuida, no iré lejos. Empezaré por subirme a la copa de este árbol. Parece más alto que los demás.
Tistur tenía miedo de perder a Peziza. Pero Peziza no estaba dispuesta a quedarse en el árbol. Estaba tan excitada por las cosas nuevas que la rodeaban, que no podía quedarse quieta ni un minuto. Del árbol se lanzó en ligero vuelo hasta el tejado de la casa. "¡Me siento liviana como una pluma!", pensaba Peziza. "Qué maravilla".
En aquel momento, oyó una voz que la llamaba desde el mismo tejado donde se encontraba. Miró hacia arriba y pudo distinguir la figura de un gnomo, colgado de la veleta cimera. La verdad es que nunca en su vida había visto un gnomo, pero por las descripciones que su madre hacía de su padre Lantuc, no le costó trabajo reconocerlo.



--¿Cómo te llamas? -le preguntó el gnomo.
Tan sorprendida se quedó la ninfa, que de momento se quedó muda. Pero pronto reaccionó:
--Peziza, -dijo, con un hilo de voz.
--¿Peziza? ¡No me digas! ¡Yo me llamo Paziz! -exclamó el gnomo.
--No bromees conmigo, -dijo la ninfa.
--¿Y para qué iba a bromear?... Te he dicho la verdad. ¡Debemos ser parientes! Pero ¡dejémonos de tonterías y vamos a volar!


Paziz ejecutó un doble salto mortal en el aire, para aterrizar a los pies de Peziza. Y juntos salieron los dos por los aires de la noche. Peziza pronto se dio cuenta de que la noche estaba llena de criaturas del trasmundo: aquí un duende danzaba encima de una chimenea; allí un trasgo se deslizaba por una tubería; más allá, un diablillo se columpiaba en una veleta; más acá, un gnomo hacía equilibrios encima de una farola... Pero Peziza no podía distraerse porque su amigo volaba tan rápido como una flecha y apenas si podía seguirle. Como una exhalación, sobrevolaban campos, praderas, bosques, ríos, lagos y montañas, aldeas y ciudades. Y mientras volaban, el gnomo le contaba a su amiga misteriosas historias de casas en ruinas, castillos encantados y molinos de viento abandonados. Ella, criatura del trasmundo, se daba cuenta de lo grande que era el mundo... de los infinitos caminos que llevan a todas partes... Y Peziza no se cansaba de volar junto a su compañero y podía haber continuado hasta el infinito... de no haber sido por el canto de un gallo, que anunciaba la alborada.


--¿Dónde estamos? -preguntó la dama-, ¿y cómo puedo volver al árbol donde vivo?
--Por aquí no faltan árboles... -le contestó su gnomo.
--Sí, pero quiero volver junto a mi amigo el grillo Tistur, -dijo Peziza.
--Pero ¿cómo es posible que te juntes con un grillo? Jamás había oído semejante cosa, -protestó el gnomo.



--Pero si siempre hemos estado juntos, -dijo la ninfa-. No podría vivir sin él.
--Está bien. Volveremos al tejado donde nos conocimos, -dijo Paziz.
La vuelta fue aún más rápida que la ida. Peziza estaba encantada con su gnomo. Ni en sueños había conocido a un gnomo tan listo y valiente como Paziz. Además, se notaba que era un hombre de mundo, no como ella que había pasado su vida metida en una chimenea. Paziz, no había más que verle, era un ser libre, que iba y venía por donde le parecía, hoy aquí, mañana allí, que tenía amigos en todas partes, que sabía vivir, vamos...


Por fin llegaron al tejado de su casa y de allí se dirigieron al árbol que les servía de vivienda. Al llegar, Peziza se dio cuenta de que el grillo Tistur ya no estaba solo, de que se había aparejado como ella. La compañera de Tistur le ayudaba a construir su casa en el árbol. Al verles llegar, Tistur les saludó cariñoso:
--Peziza... creí que te habías perdido... pero ya veo que estás en buenas manos.
--Gracias a Paziz he encontrado el camino de vuelta, -le dijo a Tistur, presentándole al gnomo.
--Bueno, bueno... yo también tengo que presentarte a alguien. Mi compañera se llama Grillida. ¿Qué nombre más bonito, verdad?
¡Vean ustedes las vueltas que da la rueda del Destino! Cuando la ninfa y el grillo se vieron obligados a abandonar su hogar, creyeron que su hora había llegado... Pero esta desgracia, en vez de la muerte les trajo la vida, la nueva vida que empezaban junto al gnomo Paziz yal grillo Grillida. Las dos parejas pronto se casaron, siguiendo sus ritos ancestrales.
El verano pasó en un vuelo: Paziz y Peziza se perseguían uno al otro y llegaron en sus vuelos hasta la gran ciudad de Lublín. Los grillos hacían vida más sedentaria: preferían pasar el rato contándose viejas historias. Durante el día, dormían a la sombra del gran árbol.


Pero las noches fueron refrescando. La niebla se levantaba en el río y ya no se oía el croar de las ranas ni, apenas, el concierto delos grillos. Bastante hacían Tistur y Grillida con permanecer juntos para guardar el calor de sus cuerpos. A veces llovía, otras tronaba y relampagueaba.


Peziza y Paziz, aunque no pasaran frío, también tenían sus problemas. Resulta que el árbol donde vivían se hallaba cerca de una sinagoga. Pues bien, cada mañana el rabino convocaba a los fieles al son de su cuerno de cabra. Y es éste, precisamente, el sonido que más asusta a las criaturas del trasmundo. Cada vez que Peziza oía el horrible instrumento, temblaba de los pies a la cabeza y lloraba desconsoladamente.


Pero su buena fortuna no les abandonó. Peziza observó un día quela chimenea de la casa donde habían vivido volvía a echar humo. Se reunieron las dos parejas y decidieron por unanimidad volver al antiguo hogar de Peziza y Tistur. El gnomo y su ninfa no hallaron dificultades en el camino y pronto estaban cómodamente instalados junto a la chimenea. Para los grillos, el viaje fue más azaroso, por puertas y ventanas, cocinas y salones. Pero también acabaron instalándose a su gusto.



Los días se fueron acortando, y las noches alargando. Llegaron las heladas. Menos mal que, detrás de la estufa, se estaba muy calentito. A nuestros amigos les llegaba el aroma de pan recién hecho, o de un pastel cociéndose al horno o de unas deliciosas manzanas asadas... En la cocina, el ama de casa contaba historias de duendes y enanos y gnomos a sus hijas. Peziza y Paziz se divertían escuchando estos cuentos. Después de tantos años de convivencia, entendían el lenguaje humano... y se sorprendían al comprobar que, también los hombres, de vez en cuando, sueñan con el amor y la felicidad.

Tistur y Grillida ya no abandonaron su cómoda casita, pero los gnomos se escapaban a menudo por la chimenea a solazarse con sus compadres del trasmundo... y, al regreso, contaban a la pareja de grillos las más divertidas y extravagantes aventuras que puedan imaginarse. Y ya tenían tema largo de conversación el señor y la señora grillo, en las largas noches de invierno.

Isaac Bashevis Singer

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