martes, 16 de agosto de 2011

Renacimiento y Manierismo




Renacimiento y Manierismo van a ser los dos parámetros de base, mediante los cuales calibraremos y definiremos -o trataremos de hacerlo- las manifestaciones artísticas en la Europa del siglo XVI; en muchos sentidos, como concluiremos, no son sino dos formas de entender, valorar o cuestionar el clasicismo, adecuándolo a unas determinadas funciones y con unas metas más o menos precisas.


Ambos están íntimamente imbricados y no es posible su disociación; de modo simplista, pero válido, diríamos que el Manierismo es también Renacimiento. No podemos considerarlos, de modo claro, como fenómenos que se sucedan cronológicamente y tampoco que necesariamente se excluyan el uno al otro, o que adquieran una plasmación genuina y pura, sin contaminaciones de otra índole, más bien, en general, sucederá lo contrario.

Dentro de la cultura occidental, entendemos por Renacimiento, de modo genérico, la adopción de la Antigüedad clásica -esto es, Grecia y Roma- como modelo cultural a seguir, y referido no sólo a las artes plásticas, sino a todas las manifestaciones del conocimiento humano. Esto, que se produce en las diferentes ciudades-estado italianas durante el siglo XV con Florencia como cabeza, no sucede, por el contrario, en el resto de Europa en la citada centuria, que sigue, en general, inmersa en el mundo gótico.

El caso del sistema figurativo desarrollado por la pintura flamenca durante el cuatrocientos, de logros tanto o más importantes, a determinados niveles, que los conseguidos por el Quattrocento, es una alternativa desligada, en general, de la problemática del mito del modelo cultural clásico, que no adquiere un fundamento teórico coherente durante su desarrollo, como es el caso italiano, sino que se nutre de la experiencia empírica y se basa en las posibilidades que, por perfeccionamiento y puesta a punto, permite a sus pintores la técnica del óleo. Denominado a menudo Renacimiento Nórdico, este sistema de representación flamenco, cuyos artífices son también llamados Primitivos Flamencos, es una decisiva experiencia, paralela y coetánea al Quattrocento, sobre la que volveremos en su momento.


Las experiencias quattrocentistas, fundamentalmente florentinas pero con alguna otra aportación importante, culminan a principios del siglo XVI en el denominado Renacimiento Clásico, fenómeno limitado, casi exclusivamente, a Roma y restringido prácticamente a las dos primeras décadas del Cinquecento. Este proceso queda vertebrado, de modo más o menos coherente, mediante un corpus teórico y avalado por más de un siglo de práctica continuada.


Así las cosas, en los últimos años del siglo XV y primeros del XVI, los restantes Estados europeos, por diversas razones que comentaremos, van a ver el Renacimiento italiano como modelo a seguir, en principio sin cuestionamiento alguno, siendo tomado y aceptado como el modo a lo romano, en terminología de la época, que adquiere la consideración y el rango de mito.


Ahora bien, el eje Florencia-Roma señalado en la evolución y configuración del Renacimiento italiano, es sólo una vía del mismo, acaso la más importante y coherente en relación con la Antigüedad, pero desde luego no la única. Respecto al Renacimiento Clásico, sólo de modo excepcional tendrá consecuencias fuera del ámbito romano aludido, y no ya en Europa, sino en la propia península italiana. Para el resto del continente europeo van a ser más importantes, al menos en un primer momento, otras alternativas quattrocentistas diversas de la florentina, como el repertorio decorativo de la arquitectura lombarda, determinados presupuestos de la escuela pictórica ferraresa o aspectos del arte de Andrea Mantegna.


Es, pues, el modelo italiano, considerado de manera global, lo que es valorado, adoptándose aspectos y elementos de su código lingüístico sin un criterio selectivo y de un modo ecléctico; se trata, por tanto, de un proceso de difusión de ese modelo italiano por Europa, pero que no se reduce sólo a formas y modos, sino que se da un auténtico trasvase de ideas que, además, en ocasiones van a ser convenientemente elaboradas y recreadas, al amparo de reflexiones teóricas coherentes y mediante realizaciones prácticas de notoria congruencia. Como, por, otro lado, este fenómeno se incardina en el renacer a la Antigüedad clásica de otras parcelas del conocimiento humano, es por lo que el término Renacimiento, con los considerandos dichos, es perfectamente válido para toda Europa en el siglo XVI.

Aun con las restricciones señaladas de espacio y tiempo, el Renacimiento Clásico va a revelarse como un intento imposible, y el sistema elaborado en su desarrollo y plasmación, en sus vertientes teórica y práctica, con pretensión de validez universal, regularizado y normativizado, hará crisis dando lugar al fenómeno del Manierismo, en general, a partir de la tercera década del siglo XVI.
Fenómeno polivalente y versátil, que hace del experimentalismo, la licencia y la trasgresión -siempre respecto al citado Renacimiento Clásico- parte esencial de sí mismo.


De modo estricto es, pues, un movimiento de oposición puntual al Renacimiento Clásico, con los propios medios y elementos de éste y, por tanto, con una fuerte componente anticlásica. Por consiguiente, como tal oposición sólo tendría sentido, en rigor, cuando se cuente previamente con el sistema del que se convierte en heterodoxia, es decir, como mucho, quedaría restringido a Italia. Pero la influencia de ésta es tan fuerte e intensa durante el quinientos para toda Europa que, además de algunas contestaciones y críticas no italianas elaboradas en el proceso de difusión y asimilación, podemos hablar de un Manierismo por influjo fuera de la península italiana. Se trata también ahora de un flujo de ideas, y no sólo de meras formas, fundamentalmente mediante toda una tratadística que avala el proceso.


Deliberadamente hemos evitado en estos considerandos generales la palabra estilo, puesto que si en ocasiones puede tratarse de un mero proceso de difusión y asimilación estilísticos, por lo que hace al Renacimiento y al Manierismo en Europa, es, en general, bastante más que eso, a veces con importantes y coherentes reflexiones teóricas sobre la praxis artística, como veremos, y en la mayoría de los casos con raíces, paralelismos y consecuencias socioculturales de amplio alcance y significación.

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