miércoles, 30 de julio de 2008

Pintores a la fuerza



Pintores a la fuerza


De entre las múltiples peculiaridades e incongruencias que pueden encontrarse en una disciplina tan vasta como la Historia del Arte, quizá uno de los fenómenos más curiosos lo constituyan aquéllos que pasaron a engrosar sus anales, casi sin quererlo, por el desarrollo de una habilidad que no escogieron dominar sino que los eligió a ellos. Maestros del pincel que, por un motivo u otro, acabaron aceptando la técnica pictórica, desfavorecida ante sus ojos frente a otras que consideraban bien más “elevadas”, bien más acordes a su naturaleza. Tres casos, famosos y muy distintos entre sí, ejemplifican este fenómeno y los principales motivos de un rechazo que puede sorprendernos hoy día: Leonardo da Vinci, Miguel Ángel y Amedeo Modigliani.




El hombre de los múltiples dones. Imagina que naces siendo un pequeño genio visionario con una habilidad especial para la pintura pero con una curiosidad inmensa por el mundo. Tu pasión es la ingeniería. La cocina. O imaginar el mundo del mañana. La experimentación constante es la fuente que alimenta tu vida, y la pintura el pequeño medio que posibilita que los mecenas que te habrán de mantener consientan en la mayoría de tus peticiones. Eres Leonardo da Vinci. Un pintor por accidente: un pintor magnífico para el que pintar suponía, en la mayoría de las ocasiones, una molestia que le robaba tiempo de sus otros intereses, pero que le permitía vivir. Así, sus encargos se demoraban por meses y muchos de ellos eran abandonados al poco de ser iniciados porque el maestro había encontrado alguna otra cosa mucho más interesante que reclamaba su atención.




La indignidad de la pintura. Quizá el planteamiento correcto en este caso no sea tanto la falta de altura de la técnica pictórica sino, más bien, su incapacidad para competir con una mucho más noble: la escultura. O eso al menos es lo que debía de pensar Miguel Ángel. Un escultor encerrado en el cuerpo de un pintor que, además, no sentía mucho afecto por la pintura. Aunque, en su caso, desarrolló todo su talento dentro de las tres grandes bellas artes y la posteridad no tuvo otro remedio que considerarlo uno de los mejores escultores del arte. Su testimonio lo avala, y seguramente el artista hubiera dado al mundo lo mejor de su expresión a través del mármol pero, como suele decirse, el cliente manda. Y si el cliente quiere que pintes la bóveda de su capilla, tendrás que pintarla y olvidar por un tiempo tus esculturas…


Cuando la enfermedad decide. Y, a veces, tu vocación es clara, pero tu cuerpo no está de acuerdo. Y el mismo medio que posibilita tu expresión es el medio que puede matarte. ¿Lo peor que podría pasarle entonces a un escultor de vocación? Padecer una afección pulmonar incompatible con el polvo generado por el trabajo sobre el material a esculpir. Así las cosas, Modigliani, que estaba loco por tallar, por generar vida sobre la piedra, tendrá que olvidarse de su pasión y concentrarse en la pintura. Quizá una pena para él pero una suerte para nosotros, los herederos de su arte.

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