jueves, 13 de marzo de 2008

BOTTICELLI




(Florencia 1444 – 1510)



Florencia 1444 – 1510)

Sandro Botticelli es el sobrenombre con el que es conocido Alessandro di Mariano Filipepi, pintor, dibujante y grabador italiano del Renacimiento.

Era el menor de cuatro hijos de Mariano Filipepi, curtidor, quien deseaba que el joven Sandro (diminutivo de Alessandro) aprendiera el mismo oficio y continuara el negocio. Pero la inclinación que demostró hacia el arte, obligó a su padre a dedicarle a un oficio más en corcondancia con las aficiones del niño, logrando que ingresara como aprendiz en el obrador de un joven llamado Botticello, diminutivo italiano de la palabra "tonel" y que probablemente hiciera referencia a su obesidad, quien le adoptó y le protegió. De él deriva el apodo de Botticelli. Algunos dicen que era su propio hermano, que se dedicaba a la orfebrería.

Tuvo su vida poco relieve, comparada con la de sus grandes contemporáneos. Invitado a pintar en la Capilla Sixtina, conoció a Leonardo de Vinci en el taller de Verrochio y quedó influido por Girolamo Savonarola. Los sermones apocalípticos de este monje benedictino, que predicaba contra las obras de arte pagano y propugnaba la utilización del arte como instrumento teológico, hicieron mella en Botticelli. Hasta tal punto que llegó a quemar algunas de sus obras paganas. Fue a partir de entonces cuando la obra de Botticelli sufrió un cambio radical: abandonó definitivamente los temas mitológicos y se dedicó en cuerpo y alma a la producción de obras de contenido religioso.

Habían sido sus maestros Fra Filippo Lippi y Antonio Pollaiuola, con quien, al parecer, tuvo ciertas discusiones en el taller de Verrochio, donde se reunían filósofos y artistas. Fruto de aquel ambiente sería la predilección de Botticelli por los temas que abordó en sus obras, que le sitúan en el grupo de pintores renacentistas de su país.

Según palabras de Salomón Reinach, sin ser, ni pretender serlo, un colorista, Botticelli realzaba con el color el “trémolo” continuo y contagioso de sus líneas. Cuando su labor es tan admirable como en La Primavera de la Academia de Florencia, ofrece la más perfecta expresión de lo humano y la quintaesencia de la distinción florentina.

Sus cuadros religiosos, por el estilo libre, fluido y algo sensual, se distinguen poco de aquellos en que trataba temas profanos: sorprende la semejanza de recursos y sensibilidad existente en la Virgen y Venus, o entre los Ángeles religiosos y las Gracias profanas. Se distinguen sus obras por las calidades líricas de la línea y el color, y por un equilibrio casi perfecto entre las figuras y los objetos. Tal se advierte en su famoso cuadro El nacimiento de Venus, donde logra un obsesionante efecto circular gracias a la redondez de los hombros de la figura neoclásica central, los vestidos agitados por el viento en algunas figuras y la concha circular de la que surge Venus.

Por encargo de la familia Médicis trazó este gran pintor las ilustraciones para la Divina Comedia de Dante, lo cual ha permitido decir a Walter Pater que había sido necesario esperar al siglo XV y a la colaboración de Botticelli, para que Dante pudiera tener ilustrada tan magnífica obra.

Botticelli produjo, además de las obras pictóricas citadas, Magnificat, Judit y San Agustín, hoy en Florencia; y la titulada Retrato de una joven, en Washington.

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