lunes, 19 de enero de 2009

TENSION CONYUGAL

JUAN JOSE MILLÁS

En la mesa de al lado un hombre maduro le decía a su mujer que estaba pensando en hacerse la cirugía estética.

- ¿La cirugía estética para qué?- preguntó ella
- Para quitarme unos años de encima- respondió él
- Mientras no te los quites de debajo, igual da- concluía ella con crueldad.

Vino el camarero, pedí el gin tonic de media tarde y agucé el oído. Pero lo único que escuché fue un silencio rencoroso, hostil, granítico. Al rato, el hombre volvió a hablar.

- Te he comentado lo de la cirugía estética por cortesía- dijo-, NO vayas a creerte que te estoy pidiendo permiso. Ya soy mayor para hacer lo que me venga en gana con mi dinero.

Pese a la firmeza de sus palabras, la actitud del hombre revelaba que en realidad necesitaba el permiso o la complicidad al menos de su mujer para ponerse en manos del cirujano.

- Ya sé que tú has hecho siempre o que te ha dado la gana- dijo ella.

- En cuestiones personales, si, claro, hasta ahí podíamos llegar. Y no saques ese tono que parecemos un matrimonio.

- ¿Es que no somos un matrimonio?

- Ya sabes a lo que me refiero.

El primer sorbo del gin tonic me supo a gloria. Siempre es el mejor. Los demás sólo buscan reproducir los efectos del primero (quizá del primer gin tonic de nuestra vida). La conversación del matrimonio resultaba perfecta para aquella tarde lluviosa, con la cafetería a media luz y los paraguas colgando del respaldo de las sillas como murciélagos mojados. La mujer dijo que ella, en vez de hacerse la cirugía estética, se compraría un perro. El dijo que no era lo mismo y ella respondió que por qué tenían que hacer siempre las mismas cosas. Entonces el pidió una copa de coñac y ella le dijo que se estaba auto-agrediendo, pues las bebidas concentradas le daban ardor de estómago. Vale, no me haré la cirugía estética, se rindió él. Ni yo me compraré el perro, concedió ella. Luego salieron corriendo porque llegaban tarde al cine.

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