sábado, 3 de mayo de 2008

¡Parad el mundo, que me bajo!




















Recogido de LA VANGUARDIA.es

El Mayo del 68 fue tan implacable contra el Estado como indulgente con estalinismo y maoísmo

Para los que heredamos el Mayo del 68 algunos años más tarde, cuando ya se habían quebrado muchas utopías en el muro de las certidumbres, la herencia nos creó un auténtico lío. Mi generación -la de Vicenç Villatoro, Julia Otero, Xavier Sardà- llegó tarde a todas partes, tarde a la revolución sexual, de la que sólo atisbamos los grititos gauche caviar de La orgía de Bellmunt; tarde al antifranquismo, atiborrados de la sobrecarga ideológica de nuestros padres espirituales, pero sin la épica de la lucha clandestina. Alguna manifestación tardía, alguna baba caída en silencio, mientras un gurú de la izquierda nos aleccionaba, algunos libros leídos con caótica voracidad, y más caótica comprensión.

Fuimos la generación del tránsito entre los que se habían forjado en el antifranquismo y los que nacieron fuera de él, habitantes de una tierra de nadie que, a falta de papel propio en la historia, cargó como pudo con la herencia anterior. Quizás por ello, porque no hablamos de nuestra adolescencia, cuando hablamos del 68, y no necesitamos de una mirada tierna hacia el pasado, algunos somos bastante descreídos con ese mítico momento de la historia. No hay que olvidar que la generación del 68 es la que ahora manda mayoritariamente, y su revisión permanente tiene algo que ver con la revisión de la propia vida. Sin embargo, y sin discutir la importancia histórica de ese momento, ¿su herencia ética e ideológica fue tan relevante como se pretende?

En el artículo de fondo que publicó el domingo La Vanguardia, se decía -con acierto- que la izquierda no sabe qué hacer con el Mayo del 68. Probablemente, ni la izquierda ni la derecha, y más en estos tiempos de revuelto ideológico. Los filósofos consultados hablaban de rebelión de la juventud contra la autoridad patriarcal que, en ese momento, significaba el Estado. Y algunos consideraban el 68 como el inicio de un nuevo orden social. Sin discutir a tan preclaras voces, y desde la perspectiva de los que heredamos no la ilusión de la revuelta sino el caos de ideas posterior, el Mayo del 68 tuvo tanto de liberador como de reaccionario. Con la excusa de transgredir el orden establecido, se pusieron en la picota algunos de los fundamentos que consolidan la modernidad y se llegó a la barbaridad de considerar el "prohibido prohibir" el gran lema de la justicia. Autoridad, ley democrática, orden, todo aquello que asegura la convivencia de una sociedad en libertad, cayeron pisoteados bajo la retórica de los adoquines y la playa. Pero, bajo los adoquines no había playa, y roídos los conceptos de prohibición, autoridad, ley, ¿qué le quedaba a esa sociedad? Algunos de los empachos mentales de la izquierda verdadera actual aún derivan de las muchas tonterías que cuajaron en el ADN adolescente de estos conspicuos líderes. Por el camino, el 68 elevó a los altares a algunos de los grandes monstruos del siglo XX. La referencia a un Sartre combatiendo a De Gaulle con la foto de Mao es quizás el más emblemático de los gestos reaccionarios que se perpetraron en nombre de la libertad.

No hay que olvidar que el Mayo del 68 fue tan implacable contra el padre padrone del Estado, y contra las maldades del orden burgués, como indulgente con el orden estalinista y maoísta que imperaba en los distintos territorios de la verdad comunista. No fue, desde muchas perspectivas, una revuelta a favor de la libertad. Fue una sobrecarga de adrenalina adolescente, que tuvo tantas buenas intenciones libertarias como fantasmas reaccionarios en el armario, algunos tan inconscientes, que han llegado a nuestros días.

¿Herencia? Quizás lo mejor que nos legó fue la mítica impoluta de la utopía como anhelo adolescente. Pero también nos ha legado algunas tonterías ideológicas que se arrastran por despachos, universidades y discursos, con notable falta de complejos. Y es que fracasó en su doble objetivo: ni paró el mundo, ni ningún cretino, alguno muy revolucionario, se bajó de él.

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