sábado, 31 de mayo de 2008

Alberto Durero














Nuremberg 1471- 1528)

En alemán Albrecht Dürer, pintor y grabador alemán, hijo del orfebre Albrecht el Viejo, descendiente de una familia húngara o de colonos alemanes establecidos en Hungría.

La pintura alemana debe al genio de Alberto Durero su carta de ciudadanía en la pintura europea del renacimiento. Los maestros italianos lo consideraron como a un igual y admiraron sobre todo las dotes de creador y compositor de que hacía gala en sus grabados. Sus dibujos y grabados son admirables tanto por sus detalles como por la impresión de grandiosidad del conjunto. Su estilo arranca del dibujo nudoso de los góticos y alcanza la fluidez clásica.

En 1486 su padre le colocó de aprendiz con el pintor y grabador Wolgemut. De 1490 a 1494 realizó su viaje de aprendizaje; se detuvo especialmente en Colmar, en casa de los hermanos de Schongauer, el mejor grabador de la época, que acababa de morir. Pasó luego a Basilea, donde parece que hizo algunas xilografías.

Al regresar se casó, y antes de un año emprendió un viaje a Italia hasta la primavera de 1495. Entre sus obras anteriores a este viaje figuran un retrato de su maestro Wolgemut (1490, Uffizi) y un autorretrato caracterizado de novio (1493, Louvre). Ya entonces se había interesado por el arte italiano a través de los grabados de Mantegna. Durante el viaje pintó sus primeros paisajes a la acuarela.

Su maestría en el arte del grabado puede ya apreciarse en sus más antiguas planchas de cobre (1496). También en esta época empezó a dibujar para grabaras en madera, las ilustraciones para el Apocalipsis (1498), su primera obra realmente personal, integrada por 15 planchas magistrales tamaño folio. El dibujo nudoso, agitado, tiene todavía carácter medieval. Casi al mismo tiempo empezó la Pasión grande, en madera, que terminó mucho después, e hizo planchas de cobre que, dirigidas a un publico más refinado, revelan su preocupación por el desnudo, a imitación de los italianos.

De todos sus autorretratos, el más radiante y fresco es el de 1498, vestido con jubón negro y blanco (Prado). Poco a poco, gracias a su amigo Willibald Pirckheimer, se introdujo en el círculo de humanistas de Nuremberg. A principios de siglo conoció al pintor veneciano Jacopo de Barbari (Jacob Walch), intermediario entre italianos y alemanes, que le inició en los problemas de la perspectiva y las proporciones. La preocupación por estos temas le llevó en ocasiones a componer obras un tanto frías (Adán y Eva, grabado en cobre), mientras otras, como la magnífica Némesis, están libres de esta tacha. El célebre San Eustaquio conserva cierto acento gótico.

Entretanto Alberto Durero pintaba acuarelas de plantas y animales, detalladas como si fueran láminas de historia natural y, sin embargo, llenas de sensibilidad: la Liebre (1502), el Ramo de violetas, las Matas de hierba (1503). Empezó también una serie de grabados en madera, la Vida de la Virgen, y pintó la Adoración de los Magos (Uffizi) y el Retablo Paumgartner (pinacoteca de Munich). De esta época data su más célebre autorretrato (1504, pinacoteca de Munich), figura estilizada y simétrica pero viva, gracias sobretodo a la maravillosa mano que sujeta la vestidura.

A fines de 1505 volvió a Venecia, donde ya se falsificaban sus grabados; allí sus compatriotas del Fondaco dei tedeschi le encargaron para su iglesia de San Bartolomé el retablo de la Fiesta del Rosario. Su Jesús entre los doctores (1506) está influido por los dibujos caricaturescos de Leonardo da Vinci.

De regreso a Nuremberg, pintó las dos tablas de Adán y Eva (1508, El Prado) y un tríptico (1509), cuya tabla central, de la que sólo se conserva una copia, representaba la Asunción. La obra maestra de este periodo es la Adoración de la Trinidad (1510, Museo de Viena), conforme a la clásica composición de los “paraísos” italianos y de un color armonioso y florido.

Los años siguientes volvió a dedicarse al grabado: acabó la Vida de la Virgen y la Pasión grande, dibujó en madera las 37 planchas de la Pasión pequeña y grabó en cobre la mayor parte de ellas (1512). Pero las obras más logradas de este momento son los grabados en cobre, llamados El caballero, La Muerte y el Diablo, San Jerónimo y La Melancolía, en los que la perfección técnica se conjuga con la fuerza plástica, al servicio de un pensamiento que se expresa en forma de alegorías.

Entre 1515 y 1520 Alberto Durero trabajó para el emperador Maximiliano: dibujos para el Arco de triunfo, formado por 92 grabados en madera, croquis para el carro principal del Cortejo; ilustraciones, vivas y llenas de humor, en los márgenes del libro de rezos del emperador.

A la muerte de Maximiliano abandonó Nuremberg, quizá con la intención de lograr que Carlos V le confirmara la pensión que le había concedido su abuelo. En Países Bajos, y especialmente en Amberes, los pintores le acogieron como triunfador (Matsys, Van Orley, Patinar). Pintó sólo algunos retratos y san Jerónimo (Museo de Lisboa), pero dibujó continuamente, registrando cuanto llamaba su atención.

El diario de este viaje es famoso sobre todo por el apóstrofe en que proclama su apasionada adhesión a Martín Lucero, “que le libró de grandes angustias”: en efecto, la Reforma constituyó el drama de su alma profundamente religiosa. Durante sus últimos años de estancia en Nuremberg decoró, ayudado por su discípulo Pencz, la gran sala del ayuntamiento con un Carro triunfal, y trabajó en sus obras teóricas: Instrucción acerca de la manera de medir (1525), Tratado de las fortificaciones (1527) y Tratado de las proporciones del cuerpo humano (128), obra muy utilizada por los pintores de los siglos XVI y XVII.

Entre 1524 y 1526 su genio lanzó sus últimos destellos, los más deslumbrantes: retratos pintados de Hieronymus Holzschuher y de J. Muffel (Museo de Berlín), retratos grabados de Pirckheimer, Erasmo y Melanchton. El testamento artístico de Alberto Durero lo constituyen Los cuatro apóstoles (pinacoteca de Munich); cuatro personajes graves y majestuosos, pintados en colores fuertes y densos; al dorso hay una inscripción que viene a ser una admonición a los príncipes de este mundo y que al parecer va dirigida contra los excesos de ciertas sectas religiosas.

Ninguno de sus discípulos se le aproxima. Los mejores representantes de la pintura alemana del renacimiento (Cranach, Bandung, Altdorfer) desarrollaron sus actividades simultáneamente, sin acusar demasiado su influencia.

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