miércoles, 6 de agosto de 2008
¿Ha llegado el fin del arte?
Artelista
En la década de los ochenta dos renombrados críticos de arte anunciaron de forma separada el fin del sentido y el propósito del arte contemporáneo. Ante esta ostentosa declaración, las instituciones y la intelectualidad del mundo del arte se polarizaron tomando posiciones enfrentadas, pero asumiendo la declaración como esencialmente veraz. Las dos teorías acerca del fin del arte fueron debatidas y cuestionadas por numerosos especialistas, aún así, gracias a la buena argumentación y a las evidencias que se daban, las teorías acabaron siendo aceptadas dentro de la historia de la estética y la filosofía del arte.
Hans Betling y Arthur Danto fueron los que en 1983 y en 1984 respectivamente expusieron dos tesis acerca de la realización del sentido histórico del arte contemporáneo. Con ello, exponían ambos autores, se daba la imposibilidad de crear nuevo arte dentro de ese marco histórico. Esta situación se encuadró en toda la corriente postmoderna, que debatía la realización de un cambio en las posibilidades de interpretación histórica, y que abogaba por una irrevocable transición hacia la cosmovisión relativista que domina la actualidad.
Pero, ¿qué hay de cierto en esta tesis? A lo largo del siglo XX se ha visto una gran evolución de las técnicas, temáticas y formas de expresión, dando lugar a numerosas corrientes y manifestaciones artísticas. Toda la corriente vanguardista de la primera mitad del siglo destacó por crear una nueva forma de interpretar el arte como un lenguaje expresivo que se volvió auto-referencial. La progresiva separación de las formas expresadas en pintura o escultura, con la realidad a la cual referían, dio lugar a la abstracción formal primera, al expresionismo abstracto posterior y a corrientes aún más puristas como el minimal-art o el op-art de los sesenta.
La aplicación de las técnicas de collage impulsadas por los artistas cubistas permiten a los creadores del fenómeno pop-art acercarse a la nueva sociedad de consumo sublimada en los años sesenta. Esta nueva adopción del arte como producto contribuye aún más a la pérdida de una parte de su sentido espiritual. La siguiente generación, caracterizada por el nuevo arte conceptual, recoge la idea de pérdida de sentido y trata de encerrarla exclusivamente en la pérdida del sentido de la forma. Así comienzan a surgir las obras que adolecen de una forma necesaria y que aspiran a funcionar como ideas explicadas.En el contexto de la institucionalización de este nuevo arte conceptual es donde podemos situar a los dos pensadores que hemos comentado. Su propuesta, por tanto, puede entenderse como una mera definición de la progresión del arte en el siglo XX. Podemos, empero, argumentar que dicha tesis no se corresponde con la realidad empírica, puesto que se siguen creando obras de arte sin cesar, y se inauguran museos y se traslada toda esta cultura al nuevo plano de la cibernética. Todo esto es cierto y poco discutible pero la base de la tesis del fin del arte puede ser cierta.
Para aceptar esto debemos pensar en la función histórica del arte y en como ésta ha ido progresivamente colmándose. El arte es hoy un producto de mercado que permite a muchas personas mantener cierta relación con la idea espiritual de belleza. Tanto los creadores anónimos como los marchantes, coleccionistas y directores de museos, se interrelacionan en un entramado compra-venta de obras y especulación. Las grandes casas de subastas fomentan la idea de un arte de valor incalculable pero con un precio marcado. Muchos autores de a pie humildemente asumen que el valor de su propia obra está muy por debajo de los grandes maestros de la historia, pero no parecen comprender muy bien por qué.
La respuesta a estas paradojas e incoherencias no se halla en las técnicas, los temas o la pericia de los autores actuales, sino que se trata de un fenómeno de la propia época en la que vivimos. La desacralización del mundo y el imperio de la razón han dado lugar a que el arte no pueda manifestarse tan claramente como la realización del genio intemporal que en tiempos fue.
Pero, ¿qué hay de cierto en esta tesis? A lo largo del siglo XX se ha visto una gran evolución de las técnicas, temáticas y formas de expresión, dando lugar a numerosas corrientes y manifestaciones artísticas. Toda la corriente vanguardista de la primera mitad del siglo destacó por crear una nueva forma de interpretar el arte como un lenguaje expresivo que se volvió auto-referencial. La progresiva separación de las formas expresadas en pintura o escultura, con la realidad a la cual referían, dio lugar a la abstracción formal primera, al expresionismo abstracto posterior y a corrientes aún más puristas como el minimal-art o el op-art de los sesenta.
La aplicación de las técnicas de collage impulsadas por los artistas cubistas permiten a los creadores del fenómeno pop-art acercarse a la nueva sociedad de consumo sublimada en los años sesenta. Esta nueva adopción del arte como producto contribuye aún más a la pérdida de una parte de su sentido espiritual. La siguiente generación, caracterizada por el nuevo arte conceptual, recoge la idea de pérdida de sentido y trata de encerrarla exclusivamente en la pérdida del sentido de la forma. Así comienzan a surgir las obras que adolecen de una forma necesaria y que aspiran a funcionar como ideas explicadas.En el contexto de la institucionalización de este nuevo arte conceptual es donde podemos situar a los dos pensadores que hemos comentado. Su propuesta, por tanto, puede entenderse como una mera definición de la progresión del arte en el siglo XX. Podemos, empero, argumentar que dicha tesis no se corresponde con la realidad empírica, puesto que se siguen creando obras de arte sin cesar, y se inauguran museos y se traslada toda esta cultura al nuevo plano de la cibernética. Todo esto es cierto y poco discutible pero la base de la tesis del fin del arte puede ser cierta.
Para aceptar esto debemos pensar en la función histórica del arte y en como ésta ha ido progresivamente colmándose. El arte es hoy un producto de mercado que permite a muchas personas mantener cierta relación con la idea espiritual de belleza. Tanto los creadores anónimos como los marchantes, coleccionistas y directores de museos, se interrelacionan en un entramado compra-venta de obras y especulación. Las grandes casas de subastas fomentan la idea de un arte de valor incalculable pero con un precio marcado. Muchos autores de a pie humildemente asumen que el valor de su propia obra está muy por debajo de los grandes maestros de la historia, pero no parecen comprender muy bien por qué.
La respuesta a estas paradojas e incoherencias no se halla en las técnicas, los temas o la pericia de los autores actuales, sino que se trata de un fenómeno de la propia época en la que vivimos. La desacralización del mundo y el imperio de la razón han dado lugar a que el arte no pueda manifestarse tan claramente como la realización del genio intemporal que en tiempos fue.
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