retornar a... carballo | manuel facal ponte
«Carballo é o sitio onde máis razóns teño para vivir, as únicas se non fose polo clima»
El artista carballés más internacional tiene fijada su residencia en Málaga hace varios años, pero pese a ello afirma que nunca dejó de habitar en la capital de Bergantiños
Hacía ya varios meses que Manuel Facal Ponte no venía por su Carballo natal, pero cuando se le habla de que «ahora vive en Málaga», él afirma que, en realidad, «sigo vivindo por aquí». Aquí es- esa misma localidad, la capital de Bergantiños, donde aún tiene su casa familiar (son cinco hermanos), en la que todavía reside buena parte de su familia (esquina de la calle Coruña con la Desiderio Varela), y aquí es también su refugio cerca de Razo y su taller. No tiene vacaciones porque él es un artista y, como tal, vive de sus creaciones, sin un período de tiempo fijado (o el fijado por sus obras), pero «cada dous ou tres meses» regresa a donde nació.
Facal Ponte (1943) es el artista carballés con más proyección internacional. Sus trabajos han dado la vuelta al mundo y, a día de hoy, tal y como recuerda el alcalde Evencio Ferrero cuando lo tiene a su lado -él a Manuel lo llama Lolo y este a Evencio lo cita como una de las personas con más preocupación por difundir su obra entre los bergantiñáns-, es la única persona viva que tiene ya una calle con su nombre en la capital de Bergantiños. Es un artista que ha tocado muchas áreas (la escultura, de la que le llaman la atención sus tres dimensiones; la pintura; la fotografía o el grabado). Sobre las raíces de este último, cuenta el actual Facal que, siendo un niño, «xa me gustaba moito debuxar con tiza nas beirarrúas». En eso se entretenía un pequeño de aquel entonces. También con otros juegos en el jardín, «porque o tiñamos ao lado da casa». A las bolas o al fútbol.
El río, al igual que en otras infancias de los carballeses de aquella época, como fue el caso de José Manuel Rey Pichel, fue el protagonista de muchas tardes de Facal. «Iamos bañarnos ou a merendar». A pie la mayoría de las veces y, pese a tener pocos años cuando lo hacían, «nunca había a problemática da inseguridade, porque tampouco había tráfico. Os coches que pasaban entón por Carballo podíanse contar perfectamente cos dedos da man». «Faciamos excursións, pola zona de Carballo e de Bergantiños, máis alá diso xa non. Iamos con frecuencia á Coruña, sobre todo para as compras, e a Santiago moito menos, porque tampouco había realmente comunicacións». Pese a ello, «o mundo estaba na rúa». Con eso, Facal se refiere a que, en aquel momento, ni televisión u otros aparatos retenían a los niños en la casa. También él fue coleccionista de tebeos -como el de Roberto Alcázar y Pedrín o El general del antifaz- y de cromos, que después intercambiaba con compañeros.
No ejercita la memoria del pasado, pero sí recuerda aquellos primeros dibujos. Quizás porque él mismo se encargó de irlos puliendo. «Nos meus tempos, na escola non había clases de debuxo nin moito menos, fun aprendendo autodidactamente». Hasta los nueve años, aproximadamente, asistió a la escuela de O Rato, como ellos la conocían. Los métodos eran «os que eran, á altura das circunstancias, limitados e mesmo algo violentos». Allí aprendió lo básico y, con apenas diez años, ingresó en el internado de los Xesuítas, de Vigo. Fue un cambio «grande», porque el colegio era «algo elitista». En él no estaban la familia (a la que siempre se sintió y siente muy apegado) ni tampoco los abuelos. A los varones no los conoció, pero sí a la «avoa», un «personaxe excepcional» por su valentía: «Con 17 anos marchou soa para América, para despois volver a Carballo».
Desde Vigo, Manuel Facal regresaba a Carballo en las temporadas de vacaciones: Navidad o verano. Ello suponía, en este último caso, el poder ir a las fiestas, pero también disfrutar de las playas. Recuerda las de Razo y también las de Malpica, en este último caso, «porque quizais fomos os primeiros bañistas en concepto de playeros».
Fue, concluye, una infancia feliz familiarmente hablando, pero «non demasiado atractiva culturalmente». Pobre en ese sentido, con poca sustancia, sin las posiblidades de hoy en día y, en cierto modo, con los años pasados, pudo ser un incomprendido. Su trabajo le permite vivir grandes experiencias, por eso, admite, «non vou ao pasado», aunque sí echa en falta en él «unha cultura con maiúsculas».
LA VOZ DE GALICIA
MANUEL FACAL ESTÁ ESPOÑENDO DESDE ONTE NA GALERIA DUA2 NA RÚA MARQUÉS DE VALLADARES EN VIGO
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