domingo, 9 de noviembre de 2008

FERNANDO FRANCO -SÁLVESE QUIEN PUEDA



¿Quién no ha sentido ese instante fugaz de belleza de un paisaje?

FERNANDO FRANCO
Nâo nos será dado gozar do esplendor dos jardins

Siempre pensé que, si nuestras vidas están dominadas por la busca de la felicidad, la mejor metáfora de este deseo eran las ganas de viajar y desvelar misterios geográficos y humanos. Cierto que a veces puede haber una frustrante diferencia entre el lugar que imaginamos y aquel al cual llegamos, pero nada distinto a lo que acontece en la ansiosa búsqueda de la felicidad. Yo tengo la sensación de que la vida se me va de las manos como gacela que huye y de que me marcharé con el lastre en la conciencia de los lugares maravillosos a los que nunca pude ir, infinitamente más que los pocos que una vida normal te permite: "l´infinie inmensité des espaces que j´ignore et qui m´ignorent" (Pascal). Viajar, sí, pero ¿a dónde? Vivimos ahogados entre consejos seductores que nos indican una variedad de destinos que varían entre las experiencias exóticas en la cumbre que ofrecen para bolsillos adinerados y el vuelo charter que acaba con la pulserita en la muñeca y todo pagado en un destino abarrotado pero al alcance del común de los mortales. No es lo mismo dormir una noche en un hotel bajo el agua y ventanas submarinas en una isla de Dubai que tostarse al sol de Canarias entre voluminosos horteras venidos del norte para no suicidarse.

Y es que crece el número de los millonarios dispuestos a pagar ingentes cantidades de dinero en viajes y todo tipo de caprichos. Jamás en la historia existió a lo largo y ancho del planeta una cantidad tal de fortunas como en la actualidad y, al tiempo, tanta gente precarizada que a lo más puede pasar sus vacaciones en la piscina comunal. Eso no importa, es lo normal ya que por ahora nadie ha querido reventar esta sociedad que concentra cada vez más riqueza en manos de unos pocos y que da al resto de la población unas migajas y derechos para evitar que entre en una miseria que la lleve a retar al sistema. Por fortuna, la gente no se entera de lo que tiene, cómo vive y cuánto le sobra a mucha gente de su entorno, que también tiene su problema: carece de tiempo en una vida para gastarlo.

Ellos no necesitan la imaginación para viajar pero también es verdad que nuestra capacidad para gozar de la belleza es mayor en la medida en que nuestro interior esté más satisfecho y eso ya no es patrimonio de los poderosos. "Nâo nos será dado gozar do esplendor de jardíns tropicais nem do encanto de uma deliciosa construçao de madeira na praia quando, bruscamente, a incomprensâo e o ressentimento devastan uma nossa relaçao íntima", decía en portugués Alain de Botton. ¿Quién, aún perteneciendo a la clase de los desposeídos, no ha sentido ante un paisaje nuevo una indescriptible sensación de belleza de la que no queremos salir porque intuimos que será fugaz, no repetible? Y a fe que no es preciso gastar sumas onerosas ni hacer grandes viajes para hallarla: está también en Galicia. En la costa norte o en la Serra do Xurés, en las montañas orientales de los Ancares, entre las húmedas y suaves Terras Baixas o las radicales rompientes de la Costa da Morte.

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