miércoles, 12 de noviembre de 2008

Cuando Rothko se topó con una pared


La Tate Modern londinense (Reino Unido) ha logrado gestar, en una impresionante retrospectiva abierta hasta el 1 de febrero de 2009, un recorrido por la última etapa creativa de Mark Rothko (para muchos, la mejor), gracias a piezas como los murales encargados por el Restaurante Four Seasons para su local en el Edificio Seagram de Nueva York, una parte de ellos donados por el artista a la Tate en 1969 y ahora reunidos, por primera vez en veinte años, con otros procedentes de centros de todo el mundo. Una colección concebida en serie donde puede apreciarse la fase última de descubrimiento de uno de los principales representantes del expresionismo abstracto, icono pictórico del s.XX, en cuya concepción del arte se alzan, estrechamente imbricados, color y espiritualidad.


Campos de color

Franjas de color, por lo general en disposición horizontal de a tres, o bien encuadrando un fondo monocromo. Ésta es la lectura básica que puede extraerse del análisis formal de las obras de Rothko (no de todas ellas, pero sí de las mayoritarias, de las que caracterizan su estilo). Es esta visión, sin embargo, tan simplista como compleja es la abstracción del autor que nos ocupa. Integrante principal de la Escuela de Nueva York, junto con el expresionista Jackson Pollock, Rothko derivará hacia una tendencia más basada en la abstracción pura que en el gesto: la de los campos de color. Su obra es un revulsivo; muestra la culminación de un intenso proceso de depuración, plasmado en una materialización final que adquiere la forma de "ventanas" cromáticas desde las que asomarse a un interior guiado por la espiritualidad, la contemplación y la propia introspección. Rothko no pinta con colores, Rothko pinta los colores, empleándolos como un medio de vinculación con la no consciencia.

La etapa clásica

Existe sin embargo una diferencia entre las diversas maneras en las que Rothko aplicará la materia y la intensidad de color que usará a lo largo de su carrera. Así, a finales de los años 50 la paleta empleada comienza a oscurecerse, primando los ocres, rojos, marrones, negros y grises sobre colores más brillantes. Es su "etapa clásica"; un momento que coincide con el descubrimiento de las posibilidades creativas y transmisoras que las series pictóricas podían ofrecer y con el encargo comisionado por el Restaurante Four Seasons. Durante este periodo, Rothko abordará de forma obsesiva la ejecución de una idea, creando múltiples repeticiones de una obra, entendida desde las diversas posibilidades de creación en potencia.

Inapropiado Cuatro Estaciones

En 1958 los propietarios del Restaurante Four Seasons solicitarán a Rothko la creación de una serie de murales decorativos destinados al local situado en el edificio Seagram de Nueva York, diseñado por Mies van der Rohe y Philip Johnson; el pintor, entusiasmado por las posibilidades de investigación que una serie podía ofrecer, realizará treinta obras (un trabajo que nunca dio por finalizado), aún cuando el restaurante sólo podría haber albergado siete. Ninguna de ellas llegará a ocupar el espacio para el que, en un principio, habían sido realizadas. Rothko entenderá que el restaurante no era el lugar más apropiado para sus creaciones, necesitadas de un contexto de silencio y tranquilidad para su correcta contemplación, algo que el Four Seasons no podía ofrecer. Así, el artista comenzará la búsqueda de una ubicación más idónea para su serie para, finalmente, donar en 1969 a la Tate Gallery nueve de los murales, que ahora se han reunido para esta exposición con otros procedentes de la colección del Kawamura Memorial Museum of Art en Sakura (Japón) y de la National Gallery of Art en Washington (EE.UU.).

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