viernes, 4 de abril de 2008

PINTURA FLAMENCA





A PROPÓSITO DE UNA OBRA GENIAL: SAN ELOY EN SU TALLER

Hay veces que un cuadro queda fijado de manera persistente en la memoria del espectador y que esa obra sirve como imán para tratar de conocer otras del mismo autor. Nos pasa a casi todos alguna vez: la visión de una obra excita nuestra curiosidad, nuestro deseo por conocer más datos sobre el artista y su trabajo. Hace ya mucho tiempo que me sucede esto con Petrus Christus (1415-1472), un pintor flamenco que trabajó, sobre todo, en la ciudad de Brujas y del que se dice que pudo ser discípulo de Jan Van Eyck, aunque ello no esté por el momento demostrado, pese a que se ve con claridad que nos encontramos ante un pintor que sigue los caminos que Van Eyck abrió en el campo de la pintura: el empleo del óleo sobre tabla, el afán por el detalle, el gusto por la perspectiva lineal, el uso de las veladuras, la forma de aplicar el color; incluso en algunos temas podremos hallar paralelismos entre ambos.

Fuese o no discípulo directo de Van Eyck, Christus se afincó en Brujas y alcanzó considerable fama en los años que siguieron a la muerte del maestro. Conocemos diversos datos de su vida, entre ellos su afiliación a una cofradía de la ciudad (para la que pintó la Virgen que se conserva en el Museo Thyssen de Madrid) y su éxito entre los grupos poderosos locales, nobles y comerciantes, que le solicitaron numerosos retratos. Sin embargo, en su producción siguieron abundando los temas de carácter religioso, como es el caso de las dos hermosísimas natividades que de su mano se conocen.

El cuadro que llama poderosamente mi atenciòn se conoce por distintos nombres: "San Eligio en su taller", "San Eloy en su tienda" "El joyero y los prometidos". Pintada en 1449, se recoge en la obra el interior de una tienda o taller, probablemente de la ciudad de Brujas, en el que un órfebre procede a pesar un anillo, bajo la atenta mirada de una pareja de prometidos. El órfebre en cuestión es San Eloy (no el profeta, claro) o San Eligio, quien vivió en el siglo VII y desempeñó realmente esa profesión, aunque acabó sus días como obispo en la Francia de los merovingios. He aquí un tema religioso que se combina con otro profano: una pareja con casamiento a la vista acude al órfebre para comprar un anillo de desposorios y el artesano se dispone a pesarlo para fijar su precio. Los prometidos son de alta condición (su ropas y las joyas que lucen lo reflejan claramente). La luz entra en la estancia por una ventana situada al fondo e ilumina la escena, que se remata en primer plano con una mesa o mostrador de madera en el que aparecen unas monedas (podemos distinguir incluso de dónde proceden: Inglaterra, Borgoña y Mainz, en Alemania) y algunos otros utensilios. En el tablón vertical de esta pieza aparecen la fecha y el nombre del artista, conforme es común en los cuadros de Christus,,, y también en los de Van Eyck.

Al lado derecho del cuadro vemos una estantería repleta de objetos; entre ellos algunas vasijas metálicas, pendientes, un trozo de coral y una caja con anillos. El brillo del metal se ve aumentado por la luz que ilumina los objetos desde una perspectiva frontal. Pero, ¿cómo es posible esto, si la ventana se encuentra al fondo y en una posición elevada? Para entenderlo hemos de volver al mostrador: en su extremo derecho se encuentra un espejo convexo que refleja un exterior urbano. El cristal nos devuelve la visión de dos personas que, a su vez, parecen mirar hacia el interior, a lo que de éste puede verse a través de otra ventana o tal vez de un escaparate que no están en el cuadro, pero que intuimos si pensamos en el efecto lumínico. Ambos hombres llevan tocados en la cabeza y uno de ellos tiene un halcón con caperuza sobre su brazo. Al fondo, un paisaje urbano, con las típicas casas flamencas de empinados tejados. Es por ahí por donde se cuela la luz que hace brillar las piezas de orfebrería.

Es de este modo como un pintor flamenco nos presenta a un tiempo un tema múltiple: la evocación del patrón de los órfebres (San Eligio), la presencia de los novios (tal vez donantes del cuadro) y el paisaje de la ciudad donde trabajaba. Esta es la gran lección de Petrus Christus en esta obra, que se combina con el juego que nos propone: colocar un espejo en el interior... para mostrarnos el exterior. Algo semejante había ya hecho Van Eyck en "el matrimonio Arnolfini". pero, en este caso, el espejo trae dentro lo que está fuera. No sólo los dos observadores y la casas de Brujas. También la luz que todo lo baña. Un acierto genial.

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