lunes, 7 de abril de 2008

LA MEMORIA DEL SUSPIRO



Nombre: Israel

Apellidos: Gajete Dominguez

Fecha de nacimiento: 07/12/1980

Lugar de nacimiento: Madrid, España


Eres tan hermosa que cuando sonríes llueven primaveras en
alguna parte. Tus ojos componen una sifonía de auroras
que engalanan una mirada de belleza interminable. Cuan-
do los entornas el crepúsculo de un millón de cielos no
es más sublime que el viso ingenuo que irradias casi sin
querer. Y te estás muriendo, aunque no la poesía que ema-
na de cada parte de tu cuerpo alzándose como una tempes-
tad.

Me gusta cuando suspiras y, como una brisa cálida ape-
nas perceptible el viento transporta tu inconfundible
fragancia. Hablas y tu voz transita en tu cárcel de ca-
mas, anhelando mi oído; aunque murmuro incierto intuyo
tu palabra, que llega cercenada por tu parálisis.

Y en la lucha con la muerte caen las noches y cae tu voz,
agazapada entre el sonido de máquinas que emiten sus
voces metálicas, en una lúgubre polifonía.

Pero hoy, mi amor, siempre mi amor, para el mundo no importa
tu vida rota, tu aliento roto por la tragedia. Te niegan tu
vida porque no puedes correr a la orilla del mar, porque
eres incapaz de abotonarte tu blusa. Hoy importa más la
calidad de la vida que la vida misma. Te quieren privar
de tu dolor, pero tambien de tu capacidad de amar.

Para muchos sólo eres un vegetal y el suero es a tus venas
como la luz a la fotosíntesis.

Pero hoy, mi amada, siempre mi amada, bordaré mi pasión
alrededor de tu cuello inerte, como todas las noches,
porque cuando te beso, tus pupilas se empapan del
rocío que emana de tus ojos, tu pies se contraen
quieres sonreír y, poco a poco, te vence el sueño,
y te duermes.

Cuando amanece, desde el friso de tu ventana, viaja
la silueta de las palomas tempraneras y el rumor
de sus alas te despierta. Abres los ojos y me buscas
con la mirada. Y tu mirada me encuentra, aferrándote
una mano que no siente como siente tu corazón aven-
turero. Traspasar el dolor podrá tu cuerpo, pero no
podrá detener tu espíritu joven y fresco como la
irremediable mañana que se dibuja bajo tu persiana
abierta de par en par. De nuevo quieres sonreir, pero
tu boca encuentra el umbral infranqueable de la en-
fermedad. Entonces pienso que habrá un día en el que
lloveran primaveras, como antaño.

Tu mirada me basta para sentirme amado.

Te leo poesías que hablan de hombres enamorados,
de sembradores de estrellas, de quienes no quieren
dejar que la canción se haga ceniza. Hago pausas
para que no adviertas que mi voz vacila cuando me
invade el miedo a perderte. Te cuento chistes
mientras pienso que cada día te quiero como nunca,
que sería capaz de sembrar estrellas en el cielo
de tus ojos, si eso te devolviera tu sonrisa. Algu-
na vez me interrumpes con tu voz queda;
entonces inclino mi mejilla y noto el suave tacto
de tus labios que apenas se mueven.

Y de nuevo, como cada noche, me quedo dormido
en tu regazo y sueño que me abrazas, sueño con
tu voz, que se agitaba inquieta... y echo de
menos esa risa que salpicaba el mundo de tu
alegría inagotable. Siempre vivirá el ayer en
mi memoria, donde nada muere hasta que deja
de ser recordado. Ayer, hoy y mañana, seguirás
siendo tú, mi amor, siempre mi amor, la que
sedujo mi vida y mi poesía, porque cada
beso contigo significaba una historia de
amor, porque sin tu mirada de fábula vivi-
ría extraviado.

Tengo que irme, me despido con un dulce
hasta pronto y con mis dedos acaricio tus
lágrimas, antes de marchar.

Recorro lugares que no importan porque no estás
a mi lado. Y subo a mi barca, que navega a mer-
ced de la marea y del levante -que respira triste-
y el sol derrama en el mar fuegos de artificio,
rojos, como tus labios ardientes. Allí te conocí
y mis manos curtidas de espuma y corales tembla-
ron al arrojar las redes, y tu voz tembló al
pronunciar "Ana". Desde entonces la bahía se lle-
naba de luces que bailaban cuando nos besábamos
y nos mecían las olas teñidas de noches serenas
a la deriva...

Cuando vuelvo tu habitación está vacía.
Oigo una voz que me dice que lo siente y
el sonido que produce una mano de látex
en mi hombro. Alguien, usurpando tu nombre
y tu libertad, perpetró un asesinato.
Alguien consideró que no debías prolon-
gar tu agonía -ni tu sonrisa de ángel
mutilado-. Alguien pensó que tu vida no
tenía sentido, ni tenían sentido nuestros
besos, porque no podías correr a la orilla
del mar, ni abotonarte tu blusa.

¿Quién le dio a un botón poder para matarte?
¿A un papel para negar la vida a tu vida?
¿Quién descorrió el ligero velo de tu exis-
tencia? ¿Quién fue el verdugo de tus sueños
y los mios?

Y ahora sólo me queda tu recuerdo, que
permanecerá para siempre en mi alma.

Un recuerdo que hace que tú y yo siempre
estemos juntos, aunque el rumor de las
palomas tempraneras sea incapaz de des-
pertarte. Nadie podrá acabar con la me-
moria de tu último suspiro... querida Ana.

Y ahora, perdida entre ruidos de
muchedumbres, entre voces marineras,
mi barca surca el mar de azogue que
fuera testigo de nuestro amor; color
otoño, como un cuadro que pintara una
mano erudita, el lienzo de atardeceres
que recorre mi barca es vergel y desierto
al mismo tiempo. El viento calla, y callan
las gaviotas, y callan las luces de
la bahía, porque no pueden bailar

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