miércoles, 24 de septiembre de 2008

Los itinerarios del arte


La pintura -frente al género fotográfico que, artístico, documental o paisajístico, nace ya con una clara intención de captación de la realidad- nos traslada fuera de los límites del mundo, aún cuando la materia prima empleada sea éste mismo; nos provoca y se acerca a las más hondas intuiciones que aguardan dormidas en el plano de nuestras percepciones, aunque, principalmente, acomete la labor de “presentar”, en un paso más allá de la representación, lo que creímos conocido. Un mundo al que se han acercado de múltiples maneras los artistas a lo largo de los siglos y a través de cuyo rastreo es posible realizar un apasionante trayecto que cuenta con el aliciente, además, de existir y ser potencialmente visitado. Así, paisajes, ciudades y lugares, pertenecientes a una realidad aún presente en muchos casos, han sido captados para la inmortalidad, permitiendo al viajero contemporáneo descubrirse, en un instante plagado de una extraña magia, en el interior, por unos instantes, de una de aquéllas “presentaciones” que conforman ya hoy día el colectivo de lo que entendemos por Arte.

Recorriendo la Península Ibérica



Así como Goya es Madrid, El Greco Toledo, o Sorolla Valencia, Carlos de Haes supondrá la plasmación del espíritu norteño, romántico e inalcanzable, bien representado en sus famosos Picos de Europa. Aunque en este caso hablamos del padre de todos los paisajistas, a diferencia de lo que sucede en los casos anteriormente citados: artistas que supieron recoger en sus obras, de una manera indirecta, los rasgos más representativos de buena parte de la geografía española. Un recorrido que comienza con el Madrid goyesco, aún más villa que centro neurálgico de una capitalidad recién estrenada a la que trataba de acostumbrarse. Son sus obras ejemplos inocentes de un esparcimiento destinado a las clases privilegiadas, en mitad del cual nos encontramos, repentinamente trasladados, en paisajes como la pradera de San Isidro. Visión muy diferente a la ofrecida por El Greco, quien,

en El Laocoonte y sus hijos, nos presenta una panorámica de la ciudad castellana de Toledo inquietante en sus tonos y angustiosa en sus líneas.


Pero es que Castilla es, frente a la luz del mediterráneo de Sorolla, su vitalidad y su naturaleza en movimiento, quieta y cerrada. Podemos comprobarlo si seguimos el viaje propuesto y alcanzamos a los autores del realismo más austero, como Benjamín Palencia, quien, antes de desviarse a zonas extremeñas, dejó representado en sus obras el paisaje avilés, o Ignacio Zuloaga, muy vinculado a Segovia,



u Ortega Muñoz, pintor de los campos de cultivo riojanos. Y si continuamos por el valle del Ebro, llegaremos hasta uno de los hitos principales de la Historia del Arte: Horta de Ebro, o la primera representación de un cubismo muy incipiente.

No podemos dejar de contar en este periplo con los refectorios de Zurbarán


El Escorial de Claudio Coello, las tétricas imágenes del Hospital de la caridad de un Valdés obsesionado con la muerte



o la Vicaría de Fortuny, mucho más romántica que cualquiera de las representadas por sus predecesores.



Francia y el mundo

Arlés. Ésta es la principal cita de quien desee comprender, y disfrutar plenamente, de las pinturas de Vicent van Gogh. Todo el colorismo, la naturaleza, y la energía que destilan sus obras es posible apreciarlas sentado en el café de la Plaza del Foro artesiano, muy turístico eso sí, pero igual de cautivador para los “arteheridos”. Y es que el sur de Francia pertenece a los impresionistas; algo comprensible si se tiene en cuenta que la base de su pintura es la captación de la luz natural. Así, Manet es a Argenteuil como Ruán es a Monet, o Seurat al ambiente festivo parisién



No fue el único, Toulouse-Lautrec fue bastante hábil asimismo representando ambientes festivos; tanto que llegó a convertir en un icono el espacio de la acción: el famoso Moulin Rouge. De la misma manera que, un poco más al este, un poco antes, y destilando un poco menos de alegría, encontraremos la Holanda simbólica concretada en el Delf de Vermeer o en los típicos molinos de Ruysdael.


Y, de regreso al mediterráneo, concretamente en Italia, descubrimos a un Velázquez fascinado por Villa Médicis, a quien dedicó una producción alejada de los convencionalismos de la corte y de la rigidez de las normas impuestas. En estos cuadros, muy distintos de lo que será la totalidad de su obra, puede apreciarse una forma de concebir la luz y la pincelada diferente, claro precedente del impresionismo posterior ya visto a lo largo de este recorrido.


Un itinerario el propuesto en el que no podían faltar la Venecia de Canaletto, la influyente Avenida de Middelharnis de Hobbema, el Palacio de Cristal de Paxton, muestra de una época y un paisaje vendido a la industrialización, o la famosa catedral de Salisbury de Courbet, entre tantos y tantos otros no mencionados en este peculiar plan de viaje donde el gran protagonista es la pintura y que cuenta con la ventaja, impagable, de hacer sentir al conocedor del arte partícipe de un espacio-tiempo surgido sólo para él desde los anales de la historia.

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