lunes, 22 de diciembre de 2008

El maestro cumple ochenta años





Escrito por Vítor Mejuto

Hay muchas formas de llegar a la geometría. La casi religiosa ortogonalidad de Mondrian. La pulsión esotérica de Palazuelo. La pirotecnia óptica de Sempere. La tierna ironía de Frank Stella. Y por supuesto, las matemáticas de Luis Caruncho y el triángulo, la letra favorita de su alfabeto.
Cuando un pintor asume un compromiso con esta disciplina, a la que llega después de flirtear con la figuración -que es su primera novia- y después de un estilo puente -que en el caso de Caruncho fue el neocubismo- debe estar preparado para pasar una larga travesía en el desierto. Conocer las modas y las nuevas rupturas no debe alejarle de su camino, aunque la tentación arribista aceche. La última obra de Caruncho no ofrece dudas a este respecto. Es una obra serena y queda, sin alardes innecesarios. El pintor no necesita estar abrumadoramente presente para ser contundente. El rastro humano se desvanece y en su lugar hay una pátina satinada y primorosamente precisa en el color. Ha cambiado el pincel por el bisturí. Mucha gente cree que esta pintura es fría. A mí me pone los pelos de punta.

La foto es obra de Benito Ordóñez. El traje, desgraciadamente para Caruncho, no es obra de mi sastre.

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