miércoles, 29 de octubre de 2008

Si lo hacen, cuéntenselo a los que lo pagan


vidas ejemplares : | Luís Ventoso

Irlanda tiene 4,1 millones de habitantes, solo 1,4 más que Galicia. La mansión del presidente irlandés es un palacio de 1751, con 92 habitaciones, situado en un bucólico parque de Dublín. El presidente dispone de al menos dos coches oficiales: un Rolls de 1947 para ceremonias y un Mercedes Clase S LWB blindado. Su caravana incluye varios Toyota Camary, que lo rodean para protegerlo.

Cuando nació hace 30 años, la Xunta no era más que una especie de diputación grande, con mínimas atribuciones y un presupuesto anémico. Sin embargo, hoy maneja lo crucial de nuestras vidas: salud, educación, asistencia social... Si nos abstraemos de la semántica, opera de hecho como un pequeño Estado y es el gran interlocutor político de los gallegos.

A medida que ha ido creciendo su peso, es lógico que haya aumentado también su aparato organizativo y hasta su boato. Hoy, los gallegos ya no verían razonable que su presidente viviese en un chalé lúgubre junto a una cuneta, como sucedió en los primeros días; o que no dispusiese de comodidades para el transporte, de alta seguridad y de un despacho digno para recibir a interlocutores a los que debe convencer del peso, importancia y buen futuro de Galicia (a lo que sin duda ayuda un entorno que transmita modernidad y buen gusto).

Dicho lo anterior, hay motivos para la crítica ante la revelación de que el presidente de la Xunta se ha comprado un coche blindado de 480.000 euros. En cualquier conversación de café salta una pregunta lógica: hablamos de 80 millones de pesetas en un coche oficial, ¿no se podía conseguir un buen vehículo blindado digamos que por 40?

Pero donde el asunto hiere la higiene democrática es en la ocultación de los hechos. Los gallegos teníamos derecho a saber cuánto costaban el coche y la ampliación del despacho oficial. La Presidencia podía haber puesto las cartas boca arriba: contar a los gallegos sus necesidades y justificar la inversión como algo necesario para la institución. No se hizo así. La inversión se acometió con buscado secreto, y es normal que ante el oscurantismo se piense que hasta el propio gobernante ve en sus gastos algo vergonzante.

El presidente de la Xunta, hoy uno y mañana otro, necesita un buen coche y un buen despacho. En las democracias maduras nadie se hace cruces por el ornato práctico que acompaña a la política (¿polemiza alguien en la campaña americana sobre que los dos Air Force One de Bush costaron más de 500 millones de euros, o por la apabullante seguridad de Obama?). Pero en las democracias con solera existe una norma obligada que se llama transparencia. Y ahí la Xunta suspende, porque sigue viciada por prácticas de opacidad más propias de la época autoritaria. A los gallegos se nos escamotea información pública a la que debemos poder acceder, pues somos nosotros, con nuestros tributos, los que pagamos mausoleos en el Gaiás, berlinas, despachos, chiringuitos administrativos, cortes de asesores y hasta reservados con vieiras de diseño.

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