Vinum et musica laetificant cor cor
Fernando Franco
Músicos de Vigo, Ourense, Santiago y Coruña reunidos en una habitación. // Sue Raibow
Nunca tuve una novia músico. En realidad tampoco la tuve física atómica
(de física solo una monitora), ni la tuve monja (novicia sí), ni médico
(sí enfermera). Si me pongo a revisar la filiación profesional de mis
vivencias amorosas veo con pesar que son abrumadora mayoría los oficios
con los que no he intimado y una nimiedad aquellos con cuyos
titulares he compartido almohada. No hay tiempo para casi nada en una
sola vida pero a mí tener una novia músico siempre me produjo cierta
filia por lo azaroso de su vida, porque trabajan más de noche que de
día, porque tienen algo de Dios aunque compongan música satánica y
porque es gente que intenta promover emociones en el ámbito selvático
del sonido, aunque no sea lo mismo despertarse con una cantante de ópera
que con una rapera o una bajista punk acostumbrada al ambiente de
garito. Una de esas góticas con cara de enterradora psicópata ya ni la
contemplo. No he intimado, infelizmente, con ninguna mujer metida en
este embrollo creativo pero a lo largo de mi vida he tenido un
regimiento de amigos músicos que, salvo excepciones, siempre me dejaron
un poso de respeto por su oficio y mucha admiración por cómo resisten a
la precariedad que lo embarga.
Músicos sinfónicos y de cámara, de verbena, de banda municipal, maestros y profesores, músicos de garito, de macroconcierto, de los que engatusan a las masas y a los que llaman para componer la banda sonora de un corto o de una película. Es un sector muy variado que tienen en común la música pero formas de entenderla y vivirla que pueden estar en las antípodas y por eso siempre pensé que juntar 50 músicos cada cual de su casa bajo un mismo techo podría ser lo más parecido a una explosión termonuclear. Siempre lo pensé hasta el sábado pasado, en que me enteré de que en el Hotel NH Obradoiro de Santiago, más de cincuenta músicos emergentes de toda Galicia posaron en sus habitaciones entre pijamas, botellas de güisqui, batines o calzoncillos para una sesión fotográfica de Sue Rainbow bajo la dirección artística de Paco Gallego. Pop, rock, jazz, blues, metal, alternativa... muy diversos estilos y bandas que interpretan su música en diferentes idiomas se dieron cita en aquel batiburrillo del que la foto superior es una primicia hecha antes de comenzar las sesiones de fotos. Pronto rotará una exposición itinerante en la que nos transmitirán su forma de ser o de entender la música y para ello el NH fue durante una horas el equivalente santiagués del Chelsea Hotel neoyorquino pero, que se sepa, en el gallego no se ha suicidado ningún artista ni declarado incendio alguno ni sobredosis ni descalabro en las instalaciones ni peleas que hayan degenerado en batallas campales en el hall. Ya no son una masonería internacional de la diversión, como los de antes.
Patricia Moon violinista viguesa afincada en Berlín
Hice un poco de noche hace días con la violinista Patricia Moon (¿porqué no habrá nacido una generación antes?), su novio Fran Bandsfiel y el Puto Coke y ya en la primera copa todos convenían en lo mismo: estaban hartos de la precariedad en que se mueve la música. Ya no solo es que todo se acelere y hasta haya surgido por ahí un grupo de tres ¿músicos? que haya dado el bombazo en Internet tocando sus teléfonos móviles como si fueran instrumentos. Es que ganarse la vida como músico nunca ha sido más complicado, entre otras cosas por el eclipse casi total de los sistemas de negocios anteriores por causa de Internet. Desde que un grupo creciente de gente decidió que no pasaba nada por robar algo que costó mucho dinero y cientos de horas de trabajo creativo y técnico con la peregrina y grosera disculpa de que la cultura es gratis, se han roto soportes básicos y los músicos buscan nuevas vías de supervivencia cuando aún no habían consolidado las anteriores. Como contrapartida está que los progresos de las tecnologías de grabación permiten a más músicos cumplir sus sueños aunque, como me decía uno de ellos, todos siguen manteniendo la línea porque sus neveras nunca están llenas.
Músicos sinfónicos y de cámara, de verbena, de banda municipal, maestros y profesores, músicos de garito, de macroconcierto, de los que engatusan a las masas y a los que llaman para componer la banda sonora de un corto o de una película. Es un sector muy variado que tienen en común la música pero formas de entenderla y vivirla que pueden estar en las antípodas y por eso siempre pensé que juntar 50 músicos cada cual de su casa bajo un mismo techo podría ser lo más parecido a una explosión termonuclear. Siempre lo pensé hasta el sábado pasado, en que me enteré de que en el Hotel NH Obradoiro de Santiago, más de cincuenta músicos emergentes de toda Galicia posaron en sus habitaciones entre pijamas, botellas de güisqui, batines o calzoncillos para una sesión fotográfica de Sue Rainbow bajo la dirección artística de Paco Gallego. Pop, rock, jazz, blues, metal, alternativa... muy diversos estilos y bandas que interpretan su música en diferentes idiomas se dieron cita en aquel batiburrillo del que la foto superior es una primicia hecha antes de comenzar las sesiones de fotos. Pronto rotará una exposición itinerante en la que nos transmitirán su forma de ser o de entender la música y para ello el NH fue durante una horas el equivalente santiagués del Chelsea Hotel neoyorquino pero, que se sepa, en el gallego no se ha suicidado ningún artista ni declarado incendio alguno ni sobredosis ni descalabro en las instalaciones ni peleas que hayan degenerado en batallas campales en el hall. Ya no son una masonería internacional de la diversión, como los de antes.
Patricia Moon violinista viguesa afincada en Berlín
Hice un poco de noche hace días con la violinista Patricia Moon (¿porqué no habrá nacido una generación antes?), su novio Fran Bandsfiel y el Puto Coke y ya en la primera copa todos convenían en lo mismo: estaban hartos de la precariedad en que se mueve la música. Ya no solo es que todo se acelere y hasta haya surgido por ahí un grupo de tres ¿músicos? que haya dado el bombazo en Internet tocando sus teléfonos móviles como si fueran instrumentos. Es que ganarse la vida como músico nunca ha sido más complicado, entre otras cosas por el eclipse casi total de los sistemas de negocios anteriores por causa de Internet. Desde que un grupo creciente de gente decidió que no pasaba nada por robar algo que costó mucho dinero y cientos de horas de trabajo creativo y técnico con la peregrina y grosera disculpa de que la cultura es gratis, se han roto soportes básicos y los músicos buscan nuevas vías de supervivencia cuando aún no habían consolidado las anteriores. Como contrapartida está que los progresos de las tecnologías de grabación permiten a más músicos cumplir sus sueños aunque, como me decía uno de ellos, todos siguen manteniendo la línea porque sus neveras nunca están llenas.
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