A la mirada de las divinidades
André Breton Un poco antes de medianoche cerca del desembarcadero.
Si una mujer desmelenada te sigue no te preocupes.
Es el azul. No tienes que temer nada del azul.
Habrá un gran jarro claro en un árbol.
El campanario del pueblo de los colores disipados
te servirá de punto de referencia.
Recuérdalo.
El oscuro geyser que lanza al cielo los brotes de helecho
"Te saluda."
La carta sellada de los tres ángulos de un pez
pasaba ahora entre la luz de los suburbios
como una enseña de domador.
Y al permanecer
la bella, la víctima, la que se llamaba
en el barrio la pequeña pirámide de reseda
se descosía para ella sola una nube semejante
a un saquito de piedad.
Más tarde la blanca armadura
que vacaba de los cuidados domésticos y demás
tomando a sus anchas más fuerte que nunca
al niño en la concha, el que debía ser...
Pero silencio
Un brasero daba ya presa
en su seno a una encantadora novela de capa
y espada.
En el puente, a la misma hora,
así se entretenía el rocío con cabeza de gata.
Con la noche, se perderían las ilusiones.
He aquí a los blancos Padres que regresan de las vísperas
con la inmensa llave por encima de ellos suspendida.
He aquí a los grises heraldos, por fin he aquí su carta
o su labio: mi corazón es un cuclillo para Dios.
Pero del tiempo que habla, no queda más que un muro
golpeando en una tumba como un velo podrido.
La eternidad busca un reloj de pulsera
un poco antes de medianoche cerca del desembarcadero.
André Breton
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