miércoles, 7 de septiembre de 2011

Y por las noches me levanto dando gritos, mora, mora



Vuelvo de Oporto de la experiencia Ikea, que es como un débito conyugal pero en esa etapa en que la propia cambia los grititos de ayayayai por los mirapepeporquénocompramosesto. Si soy sincero, debo decir que lo que más me gustó fue, aparte de una cajera, la puerta de salida. Lejos de mí criticar esta firma mobiliaria a la que considero admirable, una Zara del mueble, un Rías Baixas del marisco, una vía democratizadora que por su precio permite amueblar con dignidad estética hasta a los pobres. Uno, por ejemplo, tiene su corazón puesto en Sirvent pero su bolsillo a la altura de Ikea, que es lo que procede en un asalariado adecuadamente explotado. Lo que a mí no me gusta es esa imagen de "añadir al carrito de la compra" que damos los señores cuando husmeamos entre estanterías con bermudas y barriga incipiente. Horrible cuando además llevamos chanclas. Será una fobia rara, una autofobia, una cacofobia... pero me recuerda a los casados de otrora, cuando no había tele ni intercambio de parejas y paseaban el tedio y la grisura dominical del brazo de sus señoras con la radio puesta en el oído escuchando los deportes.
Reconozco que no tiene nada de malo ir a Ikea, y que en teoría la gente va allí a adquirir algo que necesita aunque, en la práctica, acabes comprando primero y preguntándote después qué vas a hacer con ello. Oí a una pareja discutir por la adquisición de una pizarra infantil.
-Pero mujer, si no tenemos niños...
-No importa, Pepe, con ese precio no vamos a rehusar la oferta.
Es fascinante ver esa organización espacial orientada a meter al cliente en un laberinto en el que no halla la puerta de salida hasta pasar por todos los departamentos. A mí me parece que tiene la forma de un laberinto clásico, que es el que nos hace recorrer todo el espacio para llegar al centro mediante una única vía; es decir, no nos ofrece la posibilidad de tomar caminos alternativos, no hay bifurcaciones, sino que hay una sola puerta de salida. Es una imagen en el fondo tierna, humana, familiar aunque un tanto ovejuna o bovina: cientos de personas en fila tirando de un carrito observando las obras expuestas con la misma delectación que otros visitan un museo y pagando religiosamente con la misma fe con que antes se llenaban los cepillos en las iglesias. Y mucha embarazada. Ikea parece atraer especialmente a mujeres heroicas encinta, grávidas en sus inicios o que arrastran pesadamente la barriga a punto de parto seguidas de unos tipos con barriga cervecera y cara de aburridos tirando de un carrito que giran disimuladamente la cabeza cuando pasa una señora de buen ver que no es la suya. A ello podría añadirse una observación de campo: en Ikea los clientes son más gordos que en Sirvent, igual que lo son en Carrefour respecto a los de El Corte Inglés.
Esto le trae sin cuidado a Nano de Jerez, un cantaor con muchos kilómetros que se hizo famoso en el programa de Carlos Herrera. Ahí, en un restaurante del barrio viejo vigués que tiene al lado la magnificencia espacial de una iglesia Colegiata, conocí a Nano de Jerez y a Antonio de Santiago tras la experiencia Ikea. Cenaron tan a gusto con quienes les traían para cantar y tocar en una fiesta privada en Cambados que, ya de postres y escanciados con generosidad los galaicos licores, el guitarrista dio un salto hasta el hotel, se trajo su instrumento y se formó en el restaurante un tablao de privilegio. Me cantaba el de Jerez.
-¿Que te fuistes a Ikea? Quillo, tú estás mal de la azotea...
Y con ese estribillo nos puso a todos a dar palmas por bulerías mientras Antonio de Santiago taconeaba levantando la trasera de la chaqueta con un garbo que ni la Jurado cuando se lo dedica con lágrimas a su Paquirri. No sé qué especial duende tienen los andaluces como para hacer de cualquier pareado incluso cante jondo. "¡Cómo se pué querer a dos mujeres/y no estar loco", cantaba el de Jerez con el brillo emocionado de los ojos y el humo del cigarro haciendo volutas en el rostro. Y, sin dar tregua, en competencia cantaora, le seguía Antonio de Santiago: "Y por la noche/me levanto dando gritos/tu boca necesito/ mora, mora".
-¿Que te fuiste a Ikea? Quillo, tú estás mal de la azotea...


FERNANDO FRANCO- FARO DE VIGO

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