Continuamente buscamos medios que nos ayuden a ordenar el caos, a obtener una cierta sensación de control y racionalidad, necesarios para poder continuar existiendo en la "normalidad". Quizá sea "¿por qué?" la primera y principal pregunta que toda persona se ha hecho alguna vez; algo a lo que no escapa ni siquiera el arte, si bien es una manifestación que muchos opinan que debe servir "para demostrar que es necesario que existan actividades que no sirvan para nada", suscribiendo las famosas palabras de Ionesco. Una opción clara, de "reciente" concepción, que posee su réplica y se sitúa al extremo del hilo tendido por la gran cuestión: ¿es necesario el arte?
Si lo consideramos desde un punto de vista práctico, en cuanto a la cobertura de necesidades básicas, la respuesta obvia sería que no: el arte no es útil en materia de abrigo (exceptuando la arquitectura), de alimentación o de sanidad (metáforas aparte). Sin embargo, y si tenemos en cuenta que partimos de un apelativo como "estética", esta visión es muy simplista a la hora de ser empleada como argumento. Hemos de tomar como base la idea de que el arte siempre remitirá a nociones de utilidad, nunca de usabilidad, más acuciada ésta en unas épocas que en otras, y que será a partir de la concepción del arte por el arte cuando se pueda empezar a considerar la existencia de un debate real en torno a esta cuestión.
En los comienzos de la humanidad el arte tendrá un claro carácter utilitario: bien propiciatorio, bien conmemorativo (y no sólo dentro del ámbito funerario, sino también en diferentes estratos de la vida). En este segundo caso se puede apreciar ya algo que remite a un sentido suprasensitivo; las primeras comunidades precisarán de algún tipo de manifestación para ceremoniar tanto a sus seres queridos como su carácter social. Y, en este sentido, podemos encontrar ya la clave del arte como manifestación (de hecho tanto la rupestre como la megalítica o mobiliar se recogen bajo el calificativo "arte"). Sin embargo, tan sólo serán los conatos de una idea que no surgirá hasta muchos siglos después y que habrá de conocer muy diversas etapas en las formas "instructiva", "social" y "moral", básicamente. Unas funciones que, al ser eliminadas, junto con la "estética", darán lugar al argumento de la progresión hacia el no arte, derivada precisamente de la pérdida de aquellas características que durante años habrán de marcar a esta manifestación (surgiría un arte irreconocible).
En realidad el verdadero planteamiento surge a partir de la hipótesis de la no dependencia del arte (si esto es posible): ¿cuándo dejó el arte de servir a un propósito? y, en este punto, ¿su existencia es necesaria? Durante siglos el arte fue empleado con una finalidad y dispuesto al servicio de unos encargantes, incluso en época renacentista, momento en el que asistimos al alumbramiento de la noción de "belleza" en esta disciplina (o al menos a los principios de su teorización). Una idea que, de algún modo, alcanzará su máximo desarrollo en el s. XIX con los postulados románticos del arte por el arte: el arte debe existir sin motivo, con la única finalidad de ser en sí mismo. Una opción que ha sido tachada de irresponsable y cuya existencia muchos califican de utópica (en última instancia, todo arte serviría al menos a su creador), pero que abre las puertas a la pregunta que formulábamos: si el arte deja de tener un "uso" ¿por qué debe existir?, ¿para qué? Desde nuestra óptica actual, marcada por una contemporaneidad que otorga al creador un engañoso libre albedrío: para "exaltar el espíritu", para permitir la existencia de un "espacio" de introspección, pequeños templos fuera del tiempo y el lugar que nos acercarían a un conocimiento especial de la realidad. Sin embargo, en este punto, la finalidad del arte vuelve a ser recuperada, con lo cual, quizá, la pregunta correcta no sea si el arte debe de existir sino si es realmente posible que exista el arte sin finalidad
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