Comenzó a interesarle por el arte en 1890, cuando su familia se trasladó a Ciudad de Méjico. Pasó de escuela en escuela hasta que
entró en el taller de José Guadalupe Posada, autor de caricaturas grotescas e ilustraciones. A Orozco le gustaban aquellas imágenes fuertes y siempre reconoció la influencia de este maestro grabador.
Comenzó a ir a clases nocturnas de dibujo en la Academia de San Carlos hasta que a finales de la década de 1890 su devoción por el arte fue interrumpida por su padre que deseaba que se hiciera agrónomo y delineante. A los 17 años perdió su mano izquierda y abandonó los estudios. Volvió a la Academia de San Carlos en 1905
Uno de sus profesores en la Academia era un artista radical llamado Gerardo Murillo que adopto el nombre azteca de Doctor Atl. Este le pidió a Orozco que rechazara la dominación cultural europea y que se preocupara por la mejicana, así que Orozco comenzó a explorar temas mejicanos y pintó escenas de la vida cotidiana que encontraba en los barrios.
Cuando estalló la gerra civil en Méjico en 1914, se unió a las fuerzas de Venustiano Carranza como artistas del periodico revolucionario La vanguardia, editada por Atl.
En 1917, ante la reacción negativa de la crítica y de los moralistas ante una exposición suya, emigró a los Estados Unidos, donde vivió años infelices en San Francisco y Nueva York. Cuando volvió a Méjico en 1920, se econtró con el gobierno de Alvaro Obregón, gran defensor de su obra y de las sus colegas Rivera, Alfaro Siqueiro y otros, a los que encargó murales. Esto dio comienzo al movimiento muralista mejicano.
En 1932 hizo un breve viaje a Europa. Aunque quedó impresionado por la obra de Picasso le causaron aún más admiración los mosaicos bizantinos de Roma y Ravenna.
En 1934 regresó triunfalmente a Mejico para pintar el mural Catharsis para el Palacio de Bellas Artes
Orozco se convirtió en un héroe local en sus últimos tiempos, recibiendo grandes honores de las autoridades
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