viernes, 31 de marzo de 2017
Florencio Molina Campos
1891-1959
Florencio de los Ángeles Molina Campos nació en Buenos Aires el 21 de agosto de 1891. Hijo de don Florencio Molina Salas y de doña Josefina del Corazón de Jesús Campos y Campos, miembros de una familia tradicional cuyos orígenes se remontan en el país a la época de la Colonia.
En 1926, a los 35 años, a instancias de un amigo, inauguró su primera exposición en el Galpón Central de la Sociedad Rural. El Presidente Alvear visitó la muestra y adquirió dos de sus obras. Al año siguiente expuso en la vieja rambla de Mar del Plata. Desde 1931 a 1944 pintó los almanaques para la firma Alpargatas que conforman lo más difundido e importante de su obra.
Admirador del Molina Campos, Walt Disney lo contrató como asesor para varias de sus películas, pero el resultado de esta asociación no satisfizo a nuestro artista, porque veía desvirtuada la imagen del hombre de campo argentino.
Molina Campos trabajaba preferentemente de noche y pintaba varias obras al mismo tiempo casi siempre en papel Canson Mongolfier de color, cuando no empleaba, para trabajos menores, cartón de cajas de ravioles. Los almanaques fueron pintados al agua - gouaches, acuarelas o témperas – con alguna intervención de tintas y lápices. Sus intentos con óleo no fueron los más logrados. Solía calcar algunas figuras que luego tomaba, invertidas, como base para otros personajes.
Autodidacta, sin una estrecha sino casual relación con los maestros de la época, con una postura tal vez excesivamente reverencial hacia la pintura, pudo armar, sin embargo, una originalísima forma de dicción apoyada en una excepcional capacidad comunicativa.
Florencio Molina Campos se nos presenta como alguien indemne al olvido. Ya hombre maduro, lejos en el tiempo de los campos donde transcurrió su infancia, las visiones de entonces renacieron en su pintura, nítidas, sorprendentemente vivas: los rasgos de los paisanos que vio, su apostura y sus gestos, la vestimenta, la humilde intimidad de los ranchos, el aire al mismo tiempo inocente y medio bárbaro, ingenuo y socarrón de esos peones, puesteros, domadores, reseros, jugadores de truco y comedores de asado, en medio de sus rudas tareas en la silenciosa llanura, apenas interrumpida por algún monte de talas o eucaliptus empequeñecidos por la lejanía.
También la absoluta presencia del cielo y la desmesura de tales campos sin agricultura que hace concentrarse al hombre en sí mismo e intensifica la presencia de las cosas, la silueta de un pájaro, un perro lejano o un cardo.
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