Nadie cosechará tanto éxito con los cuadros de gabinete como
Mariano Fortuny i Marsal, no sólo en España sino también en París y Roma,
alcanzando la fama y obteniendo una considerable fortuna que le permitirá tener
varias casas abiertas en diferentes ciudades. Por desgracia, su temprana muerte
no le facilitó el ocupar un puesto destacado entre los grandes maestros de la
pintura española, que le corresponde sin ninguna duda. Mariano nació en Reus
(Tarragona) el 11 de julio de 1838, en el seno de una modesta familia que tendrá
tres hijos más. Su padre, también llamado Mariano, era propietario de un pequeño
taller de carpintería mientras que su esposa, Teresa, se dedicaba a cuidar de la
familia. La epidemia de cólera que asoló Cataluña en la década de 1840 le dejó
huérfano de madre a los once años, siendo recogido - tras emigrar el padre a
Barcelona - por su abuelo, llamado "Marianet de les Figures", hábil ebanista que
poseía un teatrillo con el que se ganaba la vida por los pueblos de la comarca.
La relación entre abuelo y nieto fue muy estrecha, existiendo entre ambos una
química especial. El abuelo se entusiasmó con los dibujos del pequeño, que ya
había despuntado como un mal escolar, sintiendo Fortuny gran afición por el
dibujo y la pintura. Marianet consideró que su nieto debía completar su
formación artística - llevaba acudiendo a la Escuela de Dibujo de Reus desde los
nueve años - por lo que le envió al taller de Domingo Soberano, quien le enseñó
el manejo del óleo y la acuarela. También aprende con un platero miniaturista
llamado Antonio Bassa, que le enseñará la minuciosidad que caracteriza su
pintura, trabajando en un amplio número de exvotos.
La enseñanza artística se
compaginaba con el estudio de las primeras letras en la escuela de don Simón
Fort. El abuelo es consciente de que la formación del pequeño ha tocado techo en
Reus; piensa que en Barcelona puede recibir una educación artística más completa
y sin dudarlo emprenden el viaje. Al carecer de recursos económicos tuvieron que
realizar el trayecto a pie, posiblemente ganándose la vida como titiriteros con
los muñecos y los platillos. En el mes de septiembre de 1852 llegan a la Ciudad
Condal, donde es protegido por el escultor Domingo Tallarn, colaborando en la
ejecución de obras religiosas, familiarizándose con el dibujo y el empleo del óleo. El propio Tallarn, contento con los avances
del joven, le gestiona una pequeña pensión de la Obra Pía y la matrícula
gratuita en la Escuela de Bellas Artes de La Lonja, donde recibirá por primera
vez formación oficial. Sus maestros en la Escuela serán Pablo Milá i Fontanals,
Luis Rigalt y Claudio Lorenzale, miembros del llamado Nazarenismo Catalán que
tenía puesta la mirada en la historia de Cataluña y en el Quattrocento italiano. Acudirá también al estudio
particular de Lorenzale, siendo este maestro el que más marque al joven artista.
Durante los cinco cursos que permaneció Mariano en la Escuela aprendió un
riguroso dibujo, una soberbia ejecución compositiva y las cuestiones
relacionadas con el oficio.
Trabajaba incesantemente, realizando croquis,
caricaturas, dibujos, ayudándose económicamente con la elaboración de
xilografías y litografías devocionales, dibujando en el campo junto a su amigo
José Tapiró e ilustrando algunas novelas como
"El mendigo hipócrita" de Dumas o el "Quijote". Tanto trabajó que cayó enfermo,
siendo trasladado a Berga por su abuelo para que se recuperara. Los trabajos de
este primer periodo están dedicados a la temática histórica, sagrada o
mitológica, manifestando una acentuada influencia de los nazarenos, especialmente Lorenzale. Gracias al
cuadro sobre Ramón Berenguer III en el castillo de
Foix consigue una pensión de la Diputación de Barcelona para trasladarse a
Roma. Obtiene 8.000 reales anuales para completar su formación artística durante
un periodo de dos años, teniendo que enviar a cambio algunos trabajos para
mostrar sus progresos a la entidad. El 19 de marzo de 1858 llega a la Ciudad
Eterna, siendo su primera impresión absolutamente negativa; escribirá que "Roma
me ha producido el efecto de un vasto cementerio visitado por extranjeros".
Acude habitualmente la Academia Giggi donde se dibuja del natural, coincidiendo
con Eduardo Rosales y Dióscoro de la Puebla, animándose algo más. Los
tres frecuentarán el Café Greco y visitarán las iglesias, palacios y museos
romanos.
Fortuny sentirá una especial admiración por la pintura de Rafael, maravillándose con el Inocencio X de Velázquez. Pero también se interesa por las
novedades como los macchiaioli florentinos - interesados por la pintura al aire
libre rechazando temas académicos - o los paisajistas napolitanos. Mariano
trabaja infatigablemente, estudiando del natural, dibujando, elaborando
acuarelas. Sus trabajos empiezan a ser considerados en el ambiente romano,
vendiendo algunas obras con bastante facilidad, sin olvidar los trabajos que
debe enviar periódicamente a la Diputación que le pensiona. En octubre de 1859
estalla la guerra entre España y el sultán de Marruecos. En los desiertos
africanos uno de los principales protagonistas militares es el general Juan
Prim, oriundo también de Reus, que está obteniendo importantes éxitos al mando
de los voluntarios catalanes. La Diputación de Barcelona piensa en Fortuny como
el cronista que capte las hazañas de los soldados catalanes, cubriendo la
institución todos los gastos de la estancia tanto de él como su ayudante, Jaime
Escriu. A Mariano le debió entusiasmar el encargo ya que en pocos días hizo los
preparativos necesarios para emprender el viaje.
El 12 de febrero de 1860 llegan
a las playas de Tetuán, sin oportunidad de presenciar las batallas de los
Castillejos y Tetuán. Mariano sí llega a tiempo de contemplar la batalla de Wad-Ras realizando un buen número de
apuntes, bocetos y notas cuyo objetivo será ejecutar una serie de grandes
lienzos donde deje constancia de las victorias españolas. África va a suponer un
nuevo aire para Fortuny, al sentirse encandilado con los ambientes, las luces y
los personajes, llegando a aprender el árabe para integrarse mejor. Se libera de
convenciones y academicismos sintiéndose atraído intensamente por lo oriental,
enlazando con las obras del francés Delacroix. Al firmarse la paz entre España y
Marruecos (1860), tras dos meses y medio de estancia en tierras marroquíes,
Fortuny vuelve a Barcelona, pasando por Madrid donde visita el Museo del Prado, interesándose por Velázquez, Ribera y Goya. Durante este tiempo que pasó en la capital
de España conocerá a Federico de Madrazo y a
su hija Cecilia, su futura esposa.
A su regreso a Barcelona presenta los
diversos estudios para los cuadros de batallas a la Diputación de Barcelona,
obteniendo un éxito insospechado, de tal manera que se piensa en dotarle de una
pensión para que viaje por Europa y estudie las obras de los más insignes
pintores de batallas. En esta coyuntura viaja a París donde contempla las obras
de los museos del Louvre, Versalles y Luxemburgo,
interesándose por Horace Vernet, Eugène Fromentin, Alexandre-Gabriel Decamps y
especialmente Eugène Delacroix, ampliando sus conocimientos y abriéndose un
nuevo periodo en la pintura de Fortuny. Atrás queda el periodo de formación.
Desde 1860 Mariano se abre camino en los circuitos comerciales aumentando
rápidamente su prestigio. En 1861 está de nuevo en Roma, donde empieza a
cosechar un importante triunfo con acuarelas y cuadritos, relacionándose con los
"macchiaioli" y trabajando en la Batalla de
Tetuán por encargo de la Diputación.
Los cuadros de batallas - que debían
ser seis en total - se le atragantan y regresa a Marruecos en 1862 para reavivar
sus impresiones. En tierras africanas permanecerá dos meses, vistiéndose como un
árabe y aprendiendo la lengua para poder desenvolverse mejor en la zona. Las
sensaciones que le emocionaron dos años atrás vuelven al espíritu del maestro,
aunque no se inspiró lo suficiente para ejecutar los cuadros encargados. Se
inicia ahora una época de continuos viajes entre Roma, París, Barcelona y Madrid
conociendo a diversos artistas: Domenico Morelli, Martín Rico, Paul Delaroche, Gerôme, firmando un
contrato con el marchante Adolphe Goupil para vender los cuadros que elaborase
el joven artista, tomando una temática orientalista junto a cuadros de "casacón"
o gabinete, siguiendo a los franceses Antoine
Watteau y Ernest Meissonier y al alemán
Adolf Menzel cuyos trabajos estaban alcanzando elevados precios en Europa. Con
estos cuadritos - llamados "tableautin" en Francia - de asuntos
intranscendentes, realizados con un estilo minucioso y detallista, interesado
por la luz, el dibujo y el color, Fortuny arrasará en el mercado europeo. Su
fortuna crece a medida que le llueven los encargos.
En Madrid entablará relación
con Cecilia Madrazo, belleza rubia que encandilará al artista desde el primer
momento, contrayendo la pareja matrimonio en la madrileña iglesia de San Ginés
el 27 de noviembre de 1867. Las frecuentes visitas al templo le servirán de
inspiración para realizar La vicaría, su obra
maestra. El viaje de novios les lleva a Granada, donde se siente hechizado por
la luz y el ambiente musulmán de la ciudad. La pareja vivirá a caballo entre
Roma y París, coleccionando cerámicas, cuadros y objetos metálicos. Durante 1868
se instalan en Granada pero pronto abandonan la ciudad andaluza debido al
estallido de la Revolución contra Isabel II. Roma será la ciudad elegida para
vivir, abriendo un estudio al que acudían todos los artistas romanos y
extranjeros mientras Fortuny pinta incansablemente cuadritos y acuarelas que se
vendían con suma facilidad y aumentaban su fortuna. En el estudio iba acumulando
una espléndida colección de armas, tapices, cerámicas, vidrios y mil caprichosos
objetos debido a su faceta de coleccionista, animado por la moda de la época
En
1869 tiene su primer acceso de malaria, año en el que el marchante Goupil le
hace un sensacional ofrecimiento: la construcción de un gran taller en París a
cambio de establecerse en la capital francesa. Mariano aceptó el reto y se
traslada con su familia a París en julio de 1869. En la Ciudad de la Luz todos
los literatos, artistas y aristócratas se disputan su amistad, llegando a decir
su cuñado Raimundo de Madrazo: "Nada exagero
si afirmo que la reputación creciente de Fortuny se hizo asunto de moda, y no
había jamás primado ni ministro que haya tenido a su puerta más carruajes de
pretendientes y admiradores". En la primavera de 1870 se inaugura una exposición
en la Galería Goupil que servirá para confirmar su éxito sintiendo el agasajo de
la capital donde se marcaban las pautas del gusto de la época. Antes de estallar
la Guerra Franco-Prusiana los Fortuny regresan a España pasando por Madrid y
Sevilla para instalarse en Granada donde nace Mariano, su segundo hijo, en mayo
de 1871. Durante dos años el pintor residirá casi permanentemente en Granada,
sintiéndose tremendamente feliz.
Allí pinta, hace cerámica, adquiere numerosos
objetos para sus colecciones, admirando la luz y el color andaluz. Durante estos
momentos se manifiesta por primera vez el debate artístico que definirá sus
últimos años: Fortuny se encuentra metido en un increíble negocio que le resta
mucha libertad creativa, ciñéndole a un determinado tipo de pintura sin
problemas y de éxito fácil, deseando salir de ese círculo vicioso pero el nivel
de vida alcanzado le impide romper con el estilo que tanto éxito le trae. Por
eso, en sus últimos años cae en una depresión que motiva la realización de obras
como el Corral o el Paisaje, que suponen para él una vía de escape.
Fortuny deseaba abrir nuevos caminos con su pintura pero los encargos que le
hacen son obras de "casacón" y él necesita dinero para vivir. Se encuentra en un
callejón sin salida. En el otoño de 1871 regresa a Marruecos acompañado por su
amigo Tapiró y en mayo de 1872 vuelve a Roma con la intención de terminar sus
encargos e instalarse definitivamente en Granada; dará los últimos toques a La
vicaría, la Elección de la modelo o el Ensayo
en el jardín de los poetas Arcades - destruido en la Guerra Civil Española -
alcanzando en la venta de cada uno de ellos precios jamás obtenidos por un
pintor moderno, llegándose a pagar 90.000 francos por la última obra. Durante el
tiempo pasado en la Ciudad Eterna, en la Villa Martinori, recibe la admiración y
adulación de todos; cualquiera de sus apuntes alcanza altísimos precios en el
mercado.
Pero Fortuny iba cayendo progresivamente en un abismo de hastío y
tristeza del que sólo sale pintando. Cada vez se aísla más llegando a decir de
él un personaje romano: "Es una lástima que el señor Fortuny, que tanto talento
ha derrochado en sus cuadros, no haya reservado un poco para la conversación".
Mariano había caído en la depresión porque no estaba contento consigo mismo,
porque tenía sensación de fracaso al sacrificar el genio que apuntaba en sus
esbozos marroquíes y en sus paisajes granadinos para satisfacer el gusto de los
burgueses. Intentando animarle un poco, su amigo el barón Charles Davillier le
prepara un viaje a Londres donde visitarán numerosas colecciones, museos y
talleres entre ellos los de Alma-Tadema y Millais. El verano de 1874 lo pasará en la villa
napolitana de Portici animado por su paisaje marino y la luz mediterránea. Los
trabajos elaborados en estos meses se llenan de alegría, enlazando casi con el
Impresionismo como se aprecia en el Desnudo en la playa. En octubre regresa la
familia Fortuny a Roma cayendo enfermo el 14 de noviembre; Fortuny fallecerá en
Roma el 21 de noviembre de 1874, víctima posiblemente de la malaria, complicada
con una dolencia gástrica motivada por el vicio de chupar los pinceles de la
acuarela
Su entierro fue una auténtica apoteosis siendo sepultado en el
cementerio romano de San Lorenzo Extramuros con su paleta, sus pinceles y su
último dibujo. En el cortejo se pudo ver a una multitud de artistas llegados de
todas partes; los directores de las Academias de Francia y Nápoles y el
embajador de España acompañaron el cadáver, siendo reproducido el momento en las
mejores revistas ilustradas de la época. En abril de 1875 los tesoros que
Fortuny había reunido fueron subastados en el Hotel Drouot de París, alcanzando
precios desorbitados. A pesar de sus 36 años, su estilo y su obra le definen
como un auténtico genio que pudo revolucionar la pintura española. Como bien
dice E. Lafuente Ferrari, la culpa de que no lo hiciera "no sólo fue de él, sino
de la sociedad de su tiempo". Y de la muerte, por supuesto.
Ref. Arte Historia
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