Un día su madre le dijo que tenían que emigrar, su padre los reclamaba desde La Habana. La noticia no lo entristeció, todo lo contrario, la idea de cruzar un océano en barco lo excitaba enormemente. Un viaje penoso para llegar al puerto de La Habana, pero no para un niño. Siempre lo recordó como algo feliz. Sus juegos en la cubierta de la nave. Se reía recordando como apenas notaban que eran de diferentes nacionalidades, se entendían y eso bastaba,
En el puerto los esperaba el padre, un hombre delgado, con bigote negro con puntas hacia arriba, que apenas conocía. Se saludaron friamente y los condujo a un coche
Todo le resultaba extraño, la tierra, aquellas personas negras que jamás había visto antes. Intentó adaptarse, desde la mañana recorría los campos y observaba como se recogía la caña, buscaba animales y comía mangos, una fruta que no conocía.
Un día, debajo de un árbol, encontró patas de gallina con dólares atados. Aunque era un niño de catorce años, imaginó que aquello no era un milagro así que desató el dinero con cuidado y lo guardó. Empezó a gastarlo poco a poco, pero pasado el tiempo ya compró chucherías despreocupadamente. Un día su madre le preguntó de donde salía el dinero para tanto gasto y el lo llevó al lugar del tesoro. Su madre gritó como una posesa que iba a llevar la desgracia a toda la familia y aquella misma noche decidieron buscarle un trabajo. Y así comenzó su vida laboral en La Habana- como hombre anuncio, o mejor diriamos como "niño anuncio"
No podía entender lo que le ocurría pero al llegar a casa tenía que meterse en su cuarto y tocarse. Su madre, que parece que las madres tienen ojos hasta en el pensamiento, un día le dijo que se quedaría ciego y se le secaría la médula, pero el no podía parar, así que le buscaron otro trabajo menos peligroso. Iría a una fábrica de vidrio. Allí fue verdaderamente feliz, hacía los diseños para las vidrieras y conoció a Kid Chocolate
Por las noches, al acabar la jornada de trabajo, se reunía con Kid y éste le enseñaba a boxear.
Se sentía feliz pero cansado, muy cansado. Tosía, una tos que no curaba las infusiones de su madre. Un día esputó sangre, la columna no se le reblandeció con los tocamientos, pero el bacilo de Koch se agarró a sus pulmones de tal manera que un doctor aconsejó que lo enviaran a morir a su tierra.
No se murió, los cuidados de su abuela, los aires de la aldea lo hacían soñar con la vida. Mientras reposaba imaginaba personajes extraños, pájaros mágicos y hacía música del viento
Mis conversaciones con LAXEIRO
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