El poeta cubano José Martí tuvo una musa española
"La Bailarina Española"
El alma trémula y sola
Padece al anochecer:
Hay baile; vamos a ver
La bailarina española.
Han hecho bien en quitar
El banderón de la acera;
Porque si está la bandera,
No sé, yo no puedo entrar.
Ya llega la bailarina:
Soberbia y pálida llega:
¿Cómo dicen que es gallega?
Pues dicen mal: es divina.
Lleva un sombrero torero
Y una capa carmesí:
¡Lo mismo que un alelí
Que se pusiese un sombrero!
Se ve, de paso, la ceja,
Ceja de mora traidora:
Y la mirada, de mora;
Y como nieve la oreja.
Preludian, bajan la luz,
Y sale en bata y mantón,
La virgen de la Asunción
Bailando un baile andaluz.
Alza, retando, la frente;
Crúzase al hombro la manta:
En arco el brazo levanta;
Mueve despacio el pie ardiente.
Repica con los tacones
El tablado zalamera,
Como si la tabla fuera
Tablado de corazones.
Y va el convite creciendo
En las llamas de los ojos,
Y el manto de flecos rojos
Se va en el aire meciendo.
Súbito, de un salto arranca;
Húrtase, se quiebra, gira;
Abre en dos la cachemira,
Ofrece la bata blanca.
El cuerpo cede y ondea;
La bata abierta provoca,
Es una rosa la boca;
Lentamente taconea.
Recoge, de un débil giro,
El manto de flecos rojos:
Se va, cerrando los ojos,
Se va, como en un suspiro...
Baila muy bien la española,
Es blanco y rojo el mantón:
¡Vuelve, fosca, a su rincón
El alma trémula y sola!
José Martí, el poeta cubano, en una Carta que dirige al Director del periódico La Nación, el 13 de noviembre de 1890, le dice:
Está Nueva York en el verano indio, y aún verdea el arbolado, en pleno noviembre; el Parque, por la entrada de la Quinta Avenida, es a media tarde, como una fantasmagoría: desde los bancos del paseo de a pie ven los irlandeses retirados, los patriarcas hebreos, los tenedores de libros en asueto forzoso, los mocetones alemanes que están de paso para la tierra nueva del Noroeste, aquel brillante y revuelto séquito de los carruajes, la dama de pelliza blanca, que guía cuatro ponies, el secretario ruso, que luce la troika, el landó de blandos muelles, donde triunfa la Otero, la española de cara de virgen, la que cuentan que vivió en amores con el rey Alfonso, la que seduce con el poder de los ojos más que por el de su canto, y baile, al público enamorado del museo del Eden
En la crónica, escrita en Nueva York, y publicada en el periódico El Partido Liberal, de México, el 16 de julio de 1890 la describe cómo la ve, dice donde actuaba y refiere su amistad con ella:
...Se vio en días pasados a un ramillete de vassareñas con casaquilla y cuello de hombre, ojeando de detrás de las cortinillas verdes, en un palco culpable de Koster-and-Bial, los fandangos y cachuchas con que alborota a New York la sevillana Carmencita. Los franceses aplauden, y sus españoles, y los alemanes, y los yankees frenéticos. Va para un año de este entusiasmo, y no hay manera de dejar de hablar de él, porque hoy es Sarony que la pinta, con su saya amarilla y su chaqueta roja; o es la aristocracia de Tuxedo quien se la lleva a bailar, allá al club de su coto, y le llena el tablado de flores y sombreros; o son trenes de lujo, que vienen a Koster-and-Bial de topadillo; con el esposo o el hermano, o con quien no es hermano ni esposo, a ver desde el seguro palco aquel salón pecador, a que la germanía de la ciudad, habituada a los cantos y franquezas de la escena alegre donde baila hoy, ante un coro deslucido, la "perla de Sevilla"
Seguimos con las crónicas de José Martí
(‘Madison Square Garden’).- Ni el lugar ha cambiado, ni sus empleados:...o toca la orquesta de Seidl la música de Wagner; o guía Strauss, valseando él mismo, sus valses famosos; o se juntan alrededor de la champaña la grandeza y el señorío, a ver bailar en el tablado vestido de banderones, a la sinuosa Carmencita, o..
"...baja por la escalera del fondo, sacudiéndose las enaguas y con la cabeza mirándose en ellos, la de Triana y la de la calle Sta. Isabel, la del jazmín en el pelo que llaman la Carmencita. Párase brazo en jarras, y a la oreja la gorra torera. Saluda de lado, como quien cita al toro. El guiño travieso centellea y convida. De su ‘¡señor, música!’ empieza el escarabeo. Ya es el paso en redondo, que va huyendo del novio; el taconeo de costado, que se corre por donde no hay luz; la carrera de puntillas; a taparle el cortejo los ojos; y el revoloteo y la cumbre del beso; y luego el ir despacio, como quien vuelve a la vida poco a poco. El teatro, ávido, aplaude: las mujeres se muerden los labios; los hombres se echan sobre el espaldar del vecino; se oye el taloneo, el barrido, el punteo de aquel pie de cisne que borda en las tablas. Y cuando se va, desganada y perezosa, parece que se ha ido un rayo de sol".
Y es que la Bella Otero, según los entendidos de la época, no cantaba ni bailaba ¿Que tenía esa mujer que enamoraba tanto a nobles como intelectuales?
Como suele pasar con este tipo de personajes, su biografía es dificil porque se mezcla la realidad y la leyenda, en este caso alentada por ella misma.
Agustina Otero Iglesias nació el 4 de noviembre de 1868 en la parroquia de San Miguel de Valga. Su bautizo está inscrito el 20 de diciembre de ese mismo año, constando en el libro parroquial como "hija de padre desconocido" y de Carmen Otero Iglesias " A piñeira". Ese apodo correspondía a su oficio, es decir, la madre de la Bella Otero se dedicaba a recoger piñas en los montes para venderlas como combustible
Agustina fue salvajemente violada cuando tenía 11 años de edad. El violador, un tal Venancio Romero, desapareció para no responder de los cargos que se le imputaban. El sumario de este caso que se instruyó en el Juzgado de 1ª Instancia de Caldas de Reis en el año 1879, se publicó en FARO DE VIGO. A consecuencia de la violación la niña sufrió lesiones de gravedad, de las cuales se recuperó en el Real Hospital de Santiago de Compostela, pero le dejó secuelas físicas y psíquicas para el resto de su vida.
A partir de ahí su biografía difiere según sus narradores. Se dice que cuando ella tenía 12 años unos titiriteros visitaron Valga y ella se marchó con ellos. Se sabe de su aparición en Cataluña y de alli su paso a París como artista y con el nombre de Carolina Otero. Aquel París de finales del siglo XIX, de la libertad, de la Belle Époque
El baile, el movimiento de su cuerpo perfecto, su seducción en los escenarios, todo acompañado de inteligencia, tesón y buen hacer, encandiló a hombres ricos y poderosos. Príncipes, zares, hombres de negocios, todos se rindieron a sus pies, y se cuenta que en algún caso alguno llegó al suicidio. Su forma de vestir, sus joyas, sus conquistas, en fin su vida, sirvieron de base para novelas, crónicas mundanas, revistas y hasta películas.
Supo relacionarse con el mundo de la cultura de la época. Se reunía con mujeres sabias en el Círculo Sáfico de París. Mujeres de enormes fortunas que cultivaban la poesía y el canto. Carolina, a medida que iba conociendo el lujo, el mundo de las fiestas y la elegancia, del amor de grandes mandatarios mundiales iba creando su propia historia de mentiras. Contaba que había sido condesa, que había alternado con la corte española. Todos la creían.
Un agente se enamoró de ella y la llevó a Nueva York, su triunfo en America fue apoteosico. Todos querían ver a la española. Toda la sociedad neoyorkina se dio cita para aplaudirla, no cantaba ni bailaba bien pero sus ojos y sus contoneos resultaban muy sensuales. Tenía algo especial que hechizaba a los hombres.
Se cuenta que entre sus amantes estaban el millonario William Vanderbilt, Alberto de Monaco, que la aficionó a los casinos, Alfonso XIII, el Príncipe de Gales, el Káiser Guillermo y el mismísimo Nicolás, zar de todas las Rusias. Ella decía " no se le puede llamar a un hombre feo si hace buenos regalos".
Cuando en una madrugada de abril de 1965 murió una loca solitaria que malvivía desde hacía años en una pequeña habitación de una antigua pensión de Niza nadie se acordó, nadie lloró por aquella anciana de 95 años que había llegado a tener una fortuna de millones de francos, unos cuarenta millones de dólares de aquella época. Había dilapidado su dinero en correrías nocturnas y en los casinos. Se había retirado de la escena despues de la Primera Guerra Mundial con el deseo de que el mundo la recordara joven y bella. Vivía en su lujosa villa de Niza, pero las deudas de juego la arruinaron.
La Bella Otero, la musa de pintores y poetas, del Folies Bergére, la que figuraba en todos los carteles de Paris dejó una carta manuscrita, enviada oficialmente, a través del embajador al alcalde de Valga, provincia de Pontevedra, en Galicia- para notificar que los beneficiarios de su testamento serían los pobres de Valga
Levantaba grandes pasiones entre los hombres y sedujo a importantes figuras de la política y de la economía de su tiempo, la llamaban ‘La Sirena del suicidio’ pues corría el rumor de que varios caballeros se habían suicidado por no conseguir su amor. Su fama se extendía por España también y por supuesto a Valga. En una ocasión en que su madre se puso enferma y no tenía dinero para pagar los honorarios del médico de Valga, Aniceto Sierra Riádigos, este le dijo que le diese a cambio una fotografía de su hija, pero la madre de Carolina le ofreció unas medias bordadas que su hija le había enviado pues con frecuencia mandaba a su pueblo natal las prendas de ropa que iban quedando antiguas.
Desde París viajó sucesivamente a Argentina, Uruguay, Brasil, Estados Unidos, Inglaterra, Hungría, Austria, Rusia y Japón. En 1.906 llega de gira a Buenos Aires con la representación mímica de ‘Rêve d´Opium’. Si bien es discutible su buen hacer como bailarina no hay duda de que su talento como mimo fue inigualable y el éxito de esta obra lo corrobora.
Cuando tenía 45 años de edad, Carolina decide retirarse profesionalmente y se instala en Niza, ciudad de la que ya no se moverá y en donde dedica su tiempo a cuidar un asilo de ancianos indigentes de dicha ciudad.
A pesar de recibir continuas peticiones de regreso a la escena como la del Presidente Francés Felix Fauré para actuar un 14 de Julio en El Elíseo, Carolina nunca más volvió a pisar un escenario. Toda la fortuna amasada durante sus años de gloria la fue perdiendo en los casinos de la ciudad que la vio morir el 12 de abril de 1.965 a los 96 años de edad, sola y totalmente arruinada. La Bella Otero fue enterrada en el Cementerio del Este de Niza.
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Desde París viajó sucesivamente a Argentina, Uruguay, Brasil, Estados Unidos, Inglaterra, Hungría, Austria, Rusia y Japón. En 1.906 llega de gira a Buenos Aires con la representación mímica de ‘Rêve d´Opium’. Si bien es discutible su buen hacer como bailarina no hay duda de que su talento como mimo fue inigualable y el éxito de esta obra lo corrobora.
Cuando tenía 45 años de edad, Carolina decide retirarse profesionalmente y se instala en Niza, ciudad de la que ya no se moverá y en donde dedica su tiempo a cuidar un asilo de ancianos indigentes de dicha ciudad.
A pesar de recibir continuas peticiones de regreso a la escena como la del Presidente Francés Felix Fauré para actuar un 14 de Julio en El Elíseo, Carolina nunca más volvió a pisar un escenario. Toda la fortuna amasada durante sus años de gloria la fue perdiendo en los casinos de la ciudad que la vio morir el 12 de abril de 1.965 a los 96 años de edad, sola y totalmente arruinada. La Bella Otero fue enterrada en el Cementerio del Este de Niza.
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