El tránsito del romanticismo al impresionismo tiene, en el gran paisajista vigués, un ejemplo por completo definidos. Avendaño comienza a pintar muy joven y tiene una formación clásica, de academia, que sin embargo no estropeará su modo personal, alcanzando a edad tan temprana que convendría replantearse si no hay un claro impresionismo español antes de que en 1873 el cuadro titulado ocasionalmente “impresión” de Manet, definiera el gran movimiento luego universal e imperecedero.
Curiosamente, a Avendaño le influye mucho más Italia, donde vive un cuarto de siglo y logra extensa fama, que Francia. Estamos, todavía, en los años en que los españoles sienten la necesidad de ir a Italia, a Roma, para reafirmar su condición de artistas.
Manuel Murguía, tan sutil y adivinador, dice ya cosas muy perspicaces de Avendaño en su obrita “Los percusores” por el erudito publicista sabemos de las inquietudes juveniles del vigués de su estancia en Madrid con otros jóvenes igualmente deseosos de innovaciones. Italia, la luz mediterránea darán a Serafín Avendaño la conciencia de que el paisaje no es naturaleza más luz más naturaleza, dentro de la concepción impresionista a la que, insistimos, se anticipa.
La ejecución de sus obras es minuciosa, a veces preciosista, pero jamás insistida y minimizada. Por el contrario, sorprende su pincelada nerviosa y breve, la capacidad para captar ambientes. Su paleta es alegre aunque finalmente atemperada. En sus carmines, bermellones, rosas, hay siempre esa casi imperceptible envoltura azulada o gris que se funde con amarillos y verdes y que alcanza a los azules atenuados.
El paisajismo de Avendaño, que llegó a crear escuela propia e interesó a famosos coleccionistas y testas coronadas de toda Europa y América, tiene una personalidad propia, únicamente comparable, aunque con muy diferente hacer, al que nos llegó otro gran impresionista español, casi contemporáneo suyo, Aureliano de Beruete, si bien el vigués atendió menos al ensayo y más, mucho más, el resultado final del cuadro como objeto bello y atractivo.
No poseen los museos gallegos la representación de Serafín Avendaño que nuestro gran pintor merece. Y convendría preocuparse cuanto antes de esa deficiencia, porque las obras de vigués están alcanzando elevadísimas cotizaciones e incluso se falsifican ya con harta frecuencia, lo que reitera el interés internacional que por él existe.
Si el paisaje es, en la pintura, un rectángulo con la representación de un fragmento de la naturaleza, más o menos idealizado, los de Serafín Avendaño son todo lo que hubiera querido alcanzar, e indudablemente inició en España, Carlos de Haes.
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