Peláez William escribe
ACCIÓN NÚMERO 247
Como cada víspera de San Valentín, escribo una carta de amor. La primera, cuando comencé a tener uso de razón, fue a mí mismo. Te quiero, me dije, tras un largo párrafo destinado a relanzar mi autoestima. La carta no llegó, como era de esperar.
Tengo un buzón a 100 metros de donde me encuentro y una carta urgente en la mano. La carta no tiene sellos, pero eso no impide su viaje, al menos legalmente. Su dirección es ilegible. El remite, falso.
Cuando no llegue a su destino, alguien la abrirá y leerá emocionado: "Querido amor, no tengo nada que decirte".
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