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B. R. Sotelino La Voz de Galicia
Antón Pulido (Amoeiro, 1944), es otro de esos
ourensanos que se hizo vigués por devoción desde que de niño veraneaba
en sus playas. «Los de Ourense siempre tuvimos mar: el mar de Vigo»,
explica este hijo predilecto de su pueblo natal que lleva 27 años
residiendo en Vigo por elección y también se muestra muy orgulloso de
ser un Vigués Distinguido.
El artista, que fue el primer director del Centro
Galego de Arte Contemporáneo de Santiago (CGAC) y director xeral de
Cultura, vive ahora un retiro feliz dedicado plenamente a su labor
creativa. «Soy un jubilado», dice sin sombra de resignación. Al
contrario, está encantado de poder disponer de todo el tiempo del mundo
para hacer lo que más le gusta, aunque la enseñanza ha formado una parte
importante de su vida y de hecho, uno de los tesoros que guarda con más
cariño son cientos de dibujos de los escolares a los que ha dado clase
desde que empezó como profesor de Primaria en Peña Trevinca. Antón es un
coleccionista confeso de libros de arte y del arte que producen sus
amigos, «pero el arte que más me hace vibrar son los dibujos de los
niños», dice completamente convencido.
El artista cuenta que tiene mucho apego a los
recuerdos, «desde la pluma de mi padre, que guardo con mucho cariño, a
las monedas antiguas que cambiaba de chaval yendo por las aldeas».
Una joya del grabado
Pulido se formó en Barcelona, donde cursó la
carrera de Bellas Artes y se especializó en pintura y grabado. «Empecé
al lado de grabadores catalanes, con los que aprendí este oficio de
auténtica artesanía, en el que casi más difícil que hacerlo es sacarlo
en las planchas, y al acabar la carrera me compré un tórculo a plazos».
El artista confiesa que aquella prensa, que es la que sigue utilizando
hoy en día, es su tesoro más preciado. La máquina que en su día se
costeó a plazos, es una Ribes fabricada pieza por pieza. «No es una obra
de fundición, es una auténtica joya de la ingeniería manual que se va
ensamblando y no vibra como las de fundición, por eso ofrece unas
calidades exquisitas. Un grabador con esta máquina es como Fernando
Alonso si pilotase un Ferrari. Es la obra maestra de los tórculos»,
asegura. Pulido cuida su bólido como Clint Eastwood su Gran Torino. Solo
él lo utiliza y él realiza todo el proceso, desde el principio al fin.
Ahora, el autor vive un momento de intensidad
creativa. «Estoy en una época muy loca», afirma. Su participación en
septiembre del 2008 en la Feria de Pekín ha sido fundamental en este
período de entusiasmo, ya que fue «descubierto» por un importante
galerista de Corea. De su mano acaba de exponer en Taiwán y prepara para
el mes de julio una muestra individual en Seúl.
La galería valenciana que gestiona la obra de Antón
Pulido tiene estrechas relaciones con el sector del arte en Asia, pero
también en Estados Unidos, así que, el pintor y grabador ourensano
trabajaba al mismo tiempo en una serie que presentará en Nueva York en
el 2010.
Pulido justifica la «locura» que atraviesan sus
pinceles se debe a la libertad que siente a la hora de crear. «Ya no
tengo ataduras, ni de dibujo, ni de color, ni de formas, ni de gestos.
Hago lo que me da la gana de una forma espontánea y directa. Es mi
percepción la que ha cambiado, no mi estilo», manifiesta.
Incienso para los amigos
En su taller, el artista tiene un incensario de
estilo oriental y un pequeño botafumeiro tipo galaico. «El incienso,
además de purificar, tiene un olor penetrante que te lleva al pasado y
te conecta con tiempos ancestrales. Para mí, que estudié muchos años en
un internado religioso, tiene unas connotaciones de equilibrio que me da
sensaciones muy positivas. Cuando vienen aquí mis amigos les doy una
sesión de incienso para que se hagan buenos, pero no les hace efecto»,
bromea. De sus tiempos como director del CGAC, recuerda la ilusión con
la que lo puso en pie y su intención de que fuese una institución «muy
universal que fue un gran catalizador de culturas en un momento en que
Galicia era un desierto en este sentido». Pulido opina que no hay que
tener en cuenta las críticas de los que dicen que los museos de
contenido contemporáneo son un fracaso porque va muy poca gente: «No va,
ni irá, porque el arte tarda décadas en asimilarse».
Antón Pulido tuvo la suerte de conocer a Ramón
Otero Pedrayo siendo un chaval. «Yo iba con la bici a Amoeiro a echar
parrafadas con él en el pazo. Siempre le gustó charlar con los jóvenes, a
mí siempre me recibió con los brazos abiertos y tengo que reconocer que
me ayudó mucho. Además de hacerme el texto para el catálogo de mi
primera exposición en 1973, siempre estaba ahí para echarme una mano en
lo que hiciese falta. Era un hombre extraordinario», recuerda.
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