DIEGO DE GIRÁLDEZ - ENTRE LO ANIMADO Y LO INANIMADO POR FERNANDO ELORRIETA.
La obra de Diego de Giráldez produce una impresión
ambivalente, sensaciones vitales profundas y estados superficiales de
apariencia inerte y vacía, como si el pintor quisiera dejar
asépticamente sobre el soporte difuminado un halo vacío, hueco, opacidad
desligada de la pasión que subyace en su trabajo.
Entre los planteamientos de fondo habría que destacar el enorme amor que se desprende de la saga familiar en la que el recuerdo del padre está asociado a la bondad y fuerza de doña luz, la madre, que ilumina y llena de transparencia la historia de los Giráldez. Esos cuadros árbol genealógicos establecen una vinculante asociación con el matriarcado gallego que lucha por sacar la familia adelante con la su la suavidad y el esfuerzo tremendo que se oculta bajo la epidermis de los personajes. Hay una veta familiar de afectos que transcienden la obra en elementos en suspensión globos líricos que sustentan esa mística de fondo en sensaciones aéreas de vuelo, de ingravidez para sostener la vida del escenario familiar o el amor y los besos de los gallos y aves que adquieren presencias prosopopéyicas, humanizando objetos y divinizando seres en una metamorfosis de estructuras que se invaden y armonizan.
Quién no supiera intuir o no tuviera sensibilidad, vería una serie de objetos aparentemente vacuos, un muestrario de tienda de ultramarinos al uso, una exposición de objetos inanimados, camas, tarteras, baldes y redomas, cestos y maletas, con manzanas, ajos, limones, cerezas, mazorcas, calabazas, cebollas y la digitalina, planta del corazón, sobre la cual su madre vuela y pesca en la lontananza entre el recuerdo y el deseo de un futuro para mejorar la vida.
Giráldez es un hacedor de historias que se extrapolan de una realidad familiar, objetual , zoomórfica o floral ,desde las cosas más pequeñas a conceptos básicos de autarquía de subsisstencia de Galicia, del panteísmo integrador a las orondas suavidade de la anatomía realizada en morfologías de exquisita calidad. La emigración como vinculo del niño gallego y la maleta que oculta esa realidad dura de las ausencias paternas bien en el mar, bien en la muerte del alejamiento espacial en otras tierras.
El análisis de la obra de Giráldez no puede quedarse en la estructura epidérmica o superficial del objeto, hay que profundizar en el sujeto, en el compromiso que oculta tras las rotundidades de la forma y la precisión del diseño. Es una obra engagée en el sentido hondo de los conceptos satrianos, el artista es un testigo de la sociedad y del momento, pero en este caso de una realidad trascendida, que horada las pulsaciones existenciales para transformarse, divinizarse, en delicadezas sutiles de sentimientos religiosos, místicos y afectivos.
El estudio de una obra perfectamente construida en la composición, en el cromatismo, en la morfolofía no debe solapar la profundidad de los temas que el artista trata, habrá que subirse a la
octava esfera para entender la diafanidad del mensaje que Diego de Giráldez nos envía.
Forma y fondo, símbolo y metáfora, humildad y sabiduría, hacen de este joven demiurgo de la plástica actual un caso único y singular en el arte gallego que habrá que observar con la precisión y profundidad que su obra implica.
Entre los planteamientos de fondo habría que destacar el enorme amor que se desprende de la saga familiar en la que el recuerdo del padre está asociado a la bondad y fuerza de doña luz, la madre, que ilumina y llena de transparencia la historia de los Giráldez. Esos cuadros árbol genealógicos establecen una vinculante asociación con el matriarcado gallego que lucha por sacar la familia adelante con la su la suavidad y el esfuerzo tremendo que se oculta bajo la epidermis de los personajes. Hay una veta familiar de afectos que transcienden la obra en elementos en suspensión globos líricos que sustentan esa mística de fondo en sensaciones aéreas de vuelo, de ingravidez para sostener la vida del escenario familiar o el amor y los besos de los gallos y aves que adquieren presencias prosopopéyicas, humanizando objetos y divinizando seres en una metamorfosis de estructuras que se invaden y armonizan.
Quién no supiera intuir o no tuviera sensibilidad, vería una serie de objetos aparentemente vacuos, un muestrario de tienda de ultramarinos al uso, una exposición de objetos inanimados, camas, tarteras, baldes y redomas, cestos y maletas, con manzanas, ajos, limones, cerezas, mazorcas, calabazas, cebollas y la digitalina, planta del corazón, sobre la cual su madre vuela y pesca en la lontananza entre el recuerdo y el deseo de un futuro para mejorar la vida.
Giráldez es un hacedor de historias que se extrapolan de una realidad familiar, objetual , zoomórfica o floral ,desde las cosas más pequeñas a conceptos básicos de autarquía de subsisstencia de Galicia, del panteísmo integrador a las orondas suavidade de la anatomía realizada en morfologías de exquisita calidad. La emigración como vinculo del niño gallego y la maleta que oculta esa realidad dura de las ausencias paternas bien en el mar, bien en la muerte del alejamiento espacial en otras tierras.
El análisis de la obra de Giráldez no puede quedarse en la estructura epidérmica o superficial del objeto, hay que profundizar en el sujeto, en el compromiso que oculta tras las rotundidades de la forma y la precisión del diseño. Es una obra engagée en el sentido hondo de los conceptos satrianos, el artista es un testigo de la sociedad y del momento, pero en este caso de una realidad trascendida, que horada las pulsaciones existenciales para transformarse, divinizarse, en delicadezas sutiles de sentimientos religiosos, místicos y afectivos.
El estudio de una obra perfectamente construida en la composición, en el cromatismo, en la morfolofía no debe solapar la profundidad de los temas que el artista trata, habrá que subirse a la
octava esfera para entender la diafanidad del mensaje que Diego de Giráldez nos envía.
Forma y fondo, símbolo y metáfora, humildad y sabiduría, hacen de este joven demiurgo de la plástica actual un caso único y singular en el arte gallego que habrá que observar con la precisión y profundidad que su obra implica.
FERNANDO ELORRIETA.
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