Nacida en Cádiz cuando la ciudad vivía sus últimos días de esplendor económico como centro del comercio colonial y preparaba, en consonancia con su dinamismo social y cultural, su conversión en la cuna del liberalismo español. Fue hija de Sebastián Martín, comerciante y cónsul de Cerdeña en Cádiz, y de Claudia Barhié, francesa. Huérfana de madre muy joven, quedó al cuidado de la segunda esposa de su padre. Sería esta mujer la que se encargaría, asimismo, de tutelar a los hermanos Martín Barhié tras el fallecimiento del padre en 1800. Victoria, tercera de los cuatro hermanos, contrajo primer matrimonio con Álvaro Jiménez Basurto, comerciante sólidamente establecido en la sociedad gaditana (cónsul del Real Tribunal del Consulado y numerario de la Real Junta de Gobierno de la Escuela de Bellas Artes de Cádiz, entre otros cargos), quien se encargaría, después de la boda, no sólo de administrar los bienes de su esposa, sino también los de sus hermanos más jóvenes.
Aunque entre los escasos datos biográficos de Victoria que se recogen suele aparecer su condición de heredera afortunada de su primer esposo, lo cierto es que la fortuna de éste, inferior a la de su mujer, apenas cubrió la dote de ésta cuando, tras el fallecimiento de él en 1829, se ajustó la liquidación de los bienes del matrimonio. Su segundo esposo, Antonio María de Campo (alguna pintura aparece firmada como Victoria Martín de Campo), oficial de la Contaduría de Aduana, tampoco dejó a su muerte bienes significativos y, tras su vida en común (1835- 1859), al igual que después del primer matrimonio, no quedaron hijos. El heredero de Victoria fue su sobrino Francisco Berriozabal Martín, quien, además de la casa que fue el hogar de la pintora, se haría cargo de los muebles, alhajas, pianos, libros y pinturas que la artista fue reuniendo a lo largo de su vida.
Parte de éstos aparecen en el documento notarial de liquidación de la fortuna de sus esposos, y a partir del mismo se conoce el interés de la pareja Jiménez-Martín por el Arte, la arquitectura, la pintura, la perspectiva y el conocimiento, en general; sin embargo, es muy poco lo que se sabe sobre el proceso de formación de esta pintora que, a juicio de Gaya Nuño, es uno de los mejores valores de la pintura neoclásica española.
Su aprendizaje y su actividad artística estuvieron relacionados siempre con la Academia de Bellas Artes de Cádiz, a cuyos certámenes acudió frecuentemente y de la que obtuvo premios —Medalla de Plata en las exposiciones gaditanas de 1848 y 1862— y reconocimiento como académica de mérito. En su producción, corta y parte de ella sin localizar, es apreciable su fidelidad a la estética neoclásica (esquisitez en el dibujo y minucioso modelado con gran plasticidad en las formas), si bien con un sentido del color romántico, siendo sus óleos de temática religiosa, mitólogica y destacando como retratista.
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