Johan Barthold Jongkind (1819-1891)
En 1845, Jongkind tiene un encuentro decisivo. Estaba en La Haya para asistir a la inauguración de una estatua de Guillermo de Orange-Nassau, llamado el Taciturno (1533-1584), príncipe alemán, Estatúder de Holanda, cuando el pintor Eugène Isabey (1803-1886) lo invita a su taller de París.
El pintor aprecia en particular los muelles del Sena, y el barrio de Notre-Dame se convierte en uno de sus temas favoritos.
En la luz de sus cuadros, por la atmósfera que se desprende, se observa la influencia de Corot a quien admira.
Pero la composición sigue siendo clásica como en El puente de la estacada: una gran diagonal y el cielo que ocupa, con los elementos arquitectónicos, los dos tercios superiores del cuadro. Con la representación de esta pasarela de metal y hormigón armado, testimonio de la actividad humana (el trabajo de los pescadores, los peatones en el puente...), Jongkind encarna también la "modernidad" tan del gusto de los impresionistas.
Pero su situación financiera sigue siendo precaria, sobre todo cuando en 1853 le suprimen la beca que le había concedido el rey Guillermo I durante sus estudios en La Haya. Espíritu atormentado, Jongkind es con frecuencia víctima de delirios paranoicos, fragilidad acentuada por el exceso de alcohol. La ausencia de recompensa en el Salón de 1855 termina por deprimirlo. Admite su tormento en una carta a Eugène Smits: "Lo que he sentido es increíble... ni siquiera me han otorgado una mención honorífica, nada".
Al enterarse de su estado, sus amigos, a iniciativa del conde Doria, organizan una subasta para ayudarle. Noventa y tres artistas, entre ellos, Corot, Daubigny y Diaz, participan donando cada uno una obra. El fruto de la venta permite enviar al pintor Cals a Holanda, en abril de 1860, a pagar las deudas de Jongkind y traerlo de vuelta a París. Es el inicio de un período fecundo para el artista.
A partir de 1862, Jongkind regresa a Normandía, una región que había descubierto junto a Isabey quince años antes. Allí traba amistad con Boudin (1824-1898) y conoce a Monet (1840-1926) y a Bazille (1841-1870). Se encuentran regularmente en la granja Saint-Siméon, punto de encuentro de los pintores de la época.
Honfleur y su región ofrecen a Jongkind "todo lo necesario para realizar bellos cuadros".
Después de los paisajistas ingleses como Constable, Turner y Bonington, de Corot y de los pintores de Barbizon, da primacía junto con Boudin a la observación directa de la naturaleza.
Pero Jongkind no es un pintor al aire libre. Frente a su motivo, realiza acuarelas en las que se afirma toda su maestría. Después utiliza esas vistas para pintar sus lienzos en el taller: "Él los pintaba 'del natural', pero es preciso ponerse de acuerdo sobre lo que significa esta expresión en sus labios o bajo su pluma. Un cuadro de Jongkind "del natural" no es una copia directa del motivo elegido. Es la reproduccción del mismo tema tratado en el terreno con la acuarela. Su obra de borrador es una acuarela. Con su pincel de acuarelista capta directamente la impresión de la naturaleza" (Etienne Moreau-Nélaton).
Dotado de una gran memoria visual, Jongkind puede reconstituir en el taller paisajes captados unos años antes. Así pinta paisajes holandeses hasta el final de su vida, cuando en realidad el último viaje a su país natal había sido en 1869.
Por la frescura de su visión y su pincelada fragmentada, Jongkind es considerado con razón como un precursor del impresionismo. En 1863, cuando exponía tres cuadros en el Salón de los Rechazados, entre ellos Ruinas del castillo de Rosemont (museo de Orsay, donación Moreau-Nélaton), el crítico Castagnary escribe estas palabras premonitorias: "En él todo yace en la impresión". Sin embargo, Jongkind no puede ser considerado como un líder. A él no le preocupa el aspecto intelectual de la pintura y sólo piensa en reproducir intuitivamente sus sensaciones visuales. Es más, no participará en la primera exposición impresionista en 1874.
Por la frescura de su visión y su pincelada fragmentada, Jongkind es considerado con razón como un precursor del impresionismo. En 1863, cuando exponía tres cuadros en el Salón de los Rechazados, entre ellos Ruinas del castillo de Rosemont (museo de Orsay, donación Moreau-Nélaton), el crítico Castagnary escribe estas palabras premonitorias: "En él todo yace en la impresión". Sin embargo, Jongkind no puede ser considerado como un líder. A él no le preocupa el aspecto intelectual de la pintura y sólo piensa en reproducir intuitivamente sus sensaciones visuales. Es más, no participará en la primera exposición impresionista en 1874.
Jongkind pasa los últimos veinte años de su vida en el Nivernais y después en el Delfinado con viajes a Suiza, Bélgica y al sur de Francia, donde realiza numerosos estudios.
Sin embargo, su equilibrio mental sigue siendo precario y el alcohol lo sigue consumiendo. Progresivamente se va refugiando en el círculo íntimo de la familia Fesser, sus estancias en París son más espaciadas.
No obstante, goza cada vez de mayor consideración en la capital entre los marchantes de cuadros. Liberado de las preocupación financieras, encuentra en la acuarela su medio de expresión esencial. A través de esta técnica espontánea expresa mejor, sin duda, su virtuosismo. La influencia que ejerce en la generación de los impresionistas se explica principalmente por la ligereza con la que sugiere la luz, el centelleo del agua y del aire.
Hacia el final de su vida, su técnica se hace más audaz. Simplifica sus motivos, resalta sus acuarelas mediante pinceladas coloridas de gouache y no duda en emplear el blanco del papel como un color suplementario.
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